Me llamo Denisse, tengo 40 años, y soy madre soltera de un niño de 10 años. Elegí ser madre antes que Historiadora del Arte, puse en pausa mi carrera profesional apenas la terminé y renuncié a mi trabajo en una Productora de Cine para ver crecer a mi hijo. Me gusta hacer ejercicio por salud y por estética; y me rasuro y maquillo (de vez en cuando).
Estoy a favor de los derechos de los niños y de las niñas, de la mujer, de los hombres y de los animales. No comulgo con ninguna ideología política, social o religiosa y sólo me rijo por lo que, a través de los valores que me fueron inculcados y con lo que he leído y estudiado a lo largo de muchos años, he encontrado que me parece correcto; por aquello que me estimula para ser mejor persona, mujer y madre, y que parte de en un principio básico: el respeto. Por todo lo dicho anteriormente es claro que no encajo en los actuales estatutos feministas. Tristemente, en la actualidad, el término Feminismo se ha distorsionado para convertirse en sinónimo de odio y segregación. La falta o el mal uso de la información y el desinterés por la historia han creado fronteras no sólo físicas, sino raciales, de género y de preferencias sexuales conllevando a un mundo dolorosamente dividido en facciones de poder y represión.
Con esto no quiero decir que absolutamente todo el movimiento feminista es violento o agresivo, hay muchísimas mujeres, a nivel mundial, trabajando día a día e, incluso, dando su propia vida por cambiar la percepción de nuestras anquilosadas ideologías. No obstante, las facciones que reaccionan mediante la violencia o la agresión provocan que la lucha que lleva gestándose, no 10 ni 20 años sino casi 150 años, sea desestimada o cuestionada al convertirse en una perpetuación del sistema patriarcal que trata de deponer. No es posible cambiar una estructura imitando las estrategias del represor. El cambio no es posible si de víctima se pasa a victimario, de agredido a agresor.
Si hacemos un breve recordatorio de historia, las sociedades patriarcales se fundaron mediante la represión total de la mujer y mediante la destrucción de las bases fundacionales de las antiguas sociedades matriarcales; es decir, de aquellas sociedades igualitarias de género, sin jerarquías ni dominación de un género sobre el otro (Dra. Heide Goettner-Abendroth). Con un odio y una violencia que pocas veces ha conocido la humanidad, las mujeres han sido perseguidas, violadas, quemadas, torturadas, asesinadas, vilipendiadas, “cosificadas”. Sin embargo, la necesaria instauración de una sociedad matriarcal no será posible mediante la misandria.
Durante mis años en Historia del Arte, me dediqué y especialicé en el análisis del cuerpo y sus representaciones en el arte desde la Edad Media hasta el siglo XX. El estudio del cuerpo en dicha línea temporal nos lleva a comprender, claramente, la diferenciación que ha existido entre los géneros y también nos ayuda a entender el origen de dicha diferenciación: el miedo. El miedo al “otro”, a la incomprensión del “otro”, a señalar siempre la existencia de un “otro”.
La realidad es que hombres y mujeres no somos iguales, no estamos constituidos de la misma manera ni física ni químicamente; sin embargo, el problema ha radicado en hacer de esas diferencias una lucha de poder, en creer que un género es mejor y que ciertas cualidades dan el derecho de someter o gobernar sobre el otro. Un cambio real sólo podrá generarse cuando se comprendan y reconcilien dichas diferencias, dejando el miedo (a ese “otro”) y funcionando como sociedad integral.
La parte más importante de ese cambio es la EDUCACIÓN y la comprensión que la base de una sociedad no misógina, es una sociedad no misándrica.
Como mencioné en un principio, soy madre de un niño de 10 años, el cual fue víctima de abuso físico y verbal por parte de tres niñas de la misma edad cuando iba en primero de primaria.
En la actualidad, es de suma importancia educar a nuestros hijos e hijas en la tolerancia y el respeto, hacia sí mismos y hacia los demás; que no se dejen agredir, pero que no sean agresores. Sin embargo, la mala información que se está recibiendo actualmente está conllevando a que las niñas pequeñas sean educadas bajo la idea de que tienen el derecho de agredir a un niño por el simple hecho de ser varón y que éste no puede tocarla o se atendrá a las consecuencias, ¿esto qué implica? Que desde pequeños los estamos enseñando a diferenciarse y a violentarse. Estamos continuando una línea de segregación, odio y falta de respeto. Por el contrario, si queremos que algún día llegue a existir una sociedad equitativa, sin hombres misóginos, también debemos ser y educar a mujeres no misándricas.
El respeto debe ser difundido en ambos sentidos: hacia los hombres para que respeten a las mujeres y hacia las mujeres para que respeten a los hombres.
Es por lo anterior por lo que, hoy en día, me causa terror escuchar de forma mediática el “hay que creerles a todas las mujeres”, porque eso significa permitir el abuso de poder por parte de un género que sabe, mejor que otro, lo que es ser vilipendiado; significa avalar actos en contra de la integridad del otro; pero, sobre todo, significa que estamos a favor de las mujeres que cometen actos de violencia contra sus propios hijos y contra otras mujeres que no comparten su “ideología”. Todo bajo la bandera de un pseudofeminismo mal entendido y mal defendido. Así como no todos los hombres no son victimarios, no todas las mujeres son víctimas. El decir eso es revictimizarnos en nuestra “feminidad”, es retornar al discurso patriarcal de que no somos más que el “sexo débil y frágil”; es perpetuar el discurso misógino: es feminismo machista.
Hay ocasiones en las que quisiera empezar a utilizar el término HUMANISTA en lugar de FEMINISTA, pero, como bien apuntó Chimamanda Ngozi Adichie en su texto “We All Should Be Feminists” es importante reivindicar el término, así como su lucha, y recordar que el Feminismo abarca el respeto y la tolerancia a todos los seres vivos. Yo ya no quiero escuchar sobre más niñas/mujeres violadas, asesinadas o desaparecidas; pero tampoco sobre más niños/hombres asesinados, violados o desaparecidos; ni perros o gatos maltratados; ni animales en peligro de extinción.
En resumen, no quiero escuchar más sobre nuestra insensatez y soberbia, y para ello es urgente retroceder un poco y ver lo que hemos hecho y retomar el camino y comprender que, en palabras de Adichie:
“Sí, hay un problema de género, como tal, hoy en día y debemos solucionarlo, debemos hacerlo mejor. TODOS NOSOTROS, hombres y mujeres, debemos hacerlo mejor”.