Más de lo que esperaba

Hace dos años que estudio Psicología, pero no voy al mismo ritmo que el resto. Todo lo que leo me hace acordar a lo que viví, como si no pudiera separar lo que aprendo de mis propios quilombos. Por eso voy más despacio: trabajo, estudio, y necesito tiempo para procesar.

Me pregunto si a los demás en esta Facultad les pasa lo mismo. ¿Cómo hacen? Porque a mi cada materia que estudio me angustia: en alguna clase, algún texto. No puedo separar los contenidos de mil momentos que tengo grabados: de preguntarme por ejemplo si mi hermanastro es un perverso, si mi vieja era débil mental. Por un lado, me interesa todo esto; la psicopatología me atrae, quiero saber cómo funciona la mente. Pero al mismo tiempo, me da bronca. No quiero entenderlos a ellos ( aunque me alivie pensar que eran enfermos y no simples hijos de puta). Quiero entender lo que le pasa a otros. Para eso necesito sacarle peso a los temas de mi cabeza porque si no siento que no voy a poder avanzar.

Muchas veces me quedé muda cuando me dieron consignas en los examenes. Me senté frente a los profesores y me quedé paralizada. Y eso que había estudiado un montón. Tendría que haber una palabra para explicar cómo me pasaron todas las palabras por el cuerpo, pero no las pude sacar.

Ayer un profesor que respeto mucho me dijo algo que me “reseteó”. Fue raro, porque lo que dijo fue como un halago y un insulto al mismo tiempo.
Estaba nerviosa esperando el resultado de un parcial. Participo bastante en esa clase porque me interesa lo que explica, y cómo enseña él particularmente: hace preguntas que te hacen pensar. El momento del examen, y que sea escrito, me ponen muy ansiosa. Me falta alguien que me guíe. Que me repregunte. Soy buena sacando conclusiones, preguntando, pero explicar y argumentar por mí misma, y encima usando vocabulario específico… eso me cuesta más.

Cuando el profesor empezó a repartir los examenes y llegó mi turno, me miró serio y me dijo:
—Esperaba más de usted.
Sentí que me llenaba de fuego. No pude contenerme y le respondí, desafiante: —¿Ah, sí? Mire usted. Nadie esperaba nada de mí. Ni siquiera yo imaginaba que iba a llegar a la universidad. Nadie daba dos mangos por mí. Pero acá estoy.

El aula entera se quedó en silencio. Él me sostuvo la mirada un momento, tomó aire y respondió:
—Perdóneme, no pensé que significara tanto para usted.
—Parece que sí —le retruqué.

En cuanto lo dije, quise hacer un bollo con las palabras y guardármelas. ¡Qué maleducada! Y al profesor Carballo, encima. ¿Y él me pide disculpas? ¿De dónde salió este tipo? ¿Es pelotudo? ¿Es un santo?

Después él se quedó dando la clase al fondo del salón. Pensé que era para no tener que encontrarse con mi mirada. Y se lo agradecí internamente, porque yo estaba sentada en la primera fila.
Cuando terminó, me acerqué a hablar con él. Temblendo. Lo primero que hice fue pedirle disculpas por cómo reaccioné. También traté de excusarme por mi examen, porque me hacía sentir mal “defraudarlo”, de alguna manera. Le conté que fui a la escuela a los tumbos, que ahora estoy trabajando, y que por mi historia es un esfuerzo enorme aprender todo esto pero que había empezado hacía poco a ir a terapia.

Él me escuchó con paciencia, sin interrumpirme, y luego dijo:
—No debí hacerte ese comentario. Lo siento. Elaborar lo que traés como carga te va a ayudar a aclarar los conceptos en el papel. Ya vas a ver. Sobre todo ahora que tenés un espacio para trabajar todo esto.
Hizo una pausa, y agregó:
—Te lo digo por experiencia propia.
¿Propia?, le pregunté.
—¿Sí? ¿Por qué? ¿Pensás que a vos sola te pasaron “cosas”? —respondió con una sonrisa.
Nos reímos.
En esa risa sentí que algo se acomodaba. Sus palabras me llegaron porque me sentí reivindicada, como si me sacara de ese lugar de “excepción” en el que estaba y me pusiera del lado de las personas a las que les pasan cosas….y las superan. Me puso de su lado, además.
Es como si me hubiera dicho: “Sos como todos, nena, levantáte que podés”. Y es como si yo le hubiera dicho: “gracias por esperar algo de mi, me hace pensar que está bien que siga, que no es una locura”.
Si en algún momento pensé en dejar la carrera, después de esa charla se me activaron las ganas.
Quiero sanar, y quiero aprender a ayudar a otros para que también puedan.
Ojalá algún día yo pueda ser así para alguien.

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