—No le tengo miedo a nada —afirmó ella con una voz firme y una mirada fija, proyectada hacia un punto indefinido de la habitación. Su postura y tenacidad dejaban entrever que la vida la había puesto frente a innumerables batallas, todas enfrentadas con la certeza de que, al cruzarlas, la esperaría un nuevo amanecer.
Sin embargo, un destello de tristeza luchaba por ser reconocido. Se delataba en su párpado ligeramente caído, en las cejas inclinadas apenas hacia abajo, como si anclarse en esa emoción no valiera la pena. Tomó una respiración profunda; el sonido del aire al entrar y salir resonó en la quietud, y entonces pronunció la siguiente frase:
—Es más, me encantan los desafíos.
El hombre de la Villa observó cómo esa mujer se alejaba, su actitud desafiante impregnando cada paso, cada movimiento.
«Lucha eterna», pensó el hombre, «esa ansia por vencer el lado oscuro, ese estado que intenta evitar que lo bueno suceda, una especie de boicoteador interno». Su mirada se perdió en la sabiduría de los días comunes, donde la tensión constante parece bloquear la fuerza creadora que todos llevamos dentro.
«El autocuidado no es cuidarse de los demás, sino de uno mismo», reflexionaba. «Es encontrar el punto justo entre reconocer nuestro lado oscuro y eliminar la maldición de no actuar desde la posibilidad».
Si las malas intenciones endurecen y cierran la energía, entonces los desafíos bien podrían verse como un kit de supervivencia, que en su recorrido valida cada decisión tomada. La tensión de preservar lo conocido ante la incertidumbre tal vez nos mantenga en ese cómodo estado de confort.
El hombre de la Villa evocó la sombra que durante años habitó en la habitación de huéspedes de su conciencia. Imaginó una forma gigantesca, oscura y temible, con caninos afilados y ojos rojizos, sospechosos, escondidos bajo cejas gruesas, unidas por un ceño surcado de profundas grietas.
Respiró hondo y en su mente pronunció:
«Cada día me regala la conciencia de saber que estoy creando algo más grande que tú, con cada acción que conecta con mi propósito».
La resistencia humana a abandonar la zona de confort por miedo a la incertidumbre se convierte en una tensión constante entre lo conocido y lo nuevo. Aquel «hombre de la Villa» simbolizaba esa lucha interna, personificada en una sombra oscura y amenazante que ha convivido durante años en su mente. A pesar de su presencia inquietante, el hombre se empoderó al reconocer su capacidad de crear algo más grande, superando esas limitaciones con acciones alineadas a su propósito.
Cada día trae consigo la oportunidad de construir algo significativo, más allá de las sombras que intentan detenernos.
Historias de la villa que pasan aquí y allá. Me pasa, te pasa, nos pasa. Historias alteradas, integradas y ampliadas de la villa…