Mi abuela vieja y mi abuela joven. Mi abuelo viejo y mi abuelo joven

Mi abuela vieja y mi abuela joven
Mi abuelo viejo y mi abuelo joven

A Rosita y Juanita
A Miguel y Fares

A los jóvenes no los conocí, murieron antes de que yo naciera.
El vació quedó sin poder llenarse de alguna manera, especialmente el de mi abuela joven. No conozco ninguna historia de ella, acaso su filiación.
Somos las historias que se cuentan de nosotros, aunque sean ficticias.
De esas tengo muchas de mi abuelo joven, el padre de mi mamá; tal vez inventadas, como forma de salir del sufrimiento: que si era muy guapo, muy inteligente y visionario; cómo murió, por supuesto trágicamente, de un golpe en el corazón a los cuarenta y pocos.
Infarto fulminante, común en las tragedias familiares.
Lo que se conserva vivo es el deseo de que no hubiera ocurrido a muy temprana edad, dejando varios hijos, algunos bebés. De hecho, uno de esos pequeños, de apenas dos años, su hijo, es el que nombra a su descendiente en su honor, quizá para llenar ese vacío.
Tengo unas cuantas fotos de él para imaginarlo.
De mi abuela joven, la mamá de mi papá, hay una nieta que se llama como ella. Ni siquiera sé, porque debe tenerlos, cuáles son sus recuerdos de la que lleva su nombre, que supongo le pusieron en su honor.
Siento extraño que no se hable de ella, y cómo mi abuelo viejo, su esposo, ocupa todo el espacio.
Veo una foto en la que ambos están con dos de sus hijas. Mi abuelo sentado al frente, todas las mujeres paradas atrás, incluida mi abuela joven, que a primera vista se ve un poco acabada por los años y quién sabe cuántos dolores. Él, enorme, su presencia casi invisibiliza a las de atrás, especialmente a ella, que está al centro, como una extensión de él.
Hoy quisiera hablar con la que no conocí y raramente nombro, si acaso en algún recuento genealógico; pero de la que sé la causa de su muerte: diabetes.
Alguna vez leí que la diabetes es la enfermedad de la gente que ha perdido la alegría. ¿Sería ese el motivo de su enfermedad? Nunca lo sabré, quisiera pensar que no fue así. Que dicho sea de paso, sus hijos también tuvieron. Mi padre, uno de ellos, murió de infarto como mi abuelo joven, su suegro, pero con diabetes como su madre.
Quizá perder la alegría fue una de las causas.
Cómo me gustaría tener recuerdos de esa abuela contándome algún cuento; meciéndome en sus brazos como su nieta viva más pequeña. Pero ella ya había muerto.
¿Cuál fue el dolor de mi padre ante la muerte de su madre unos años antes de mi nacimiento? No lo sé, nunca se mencionó.
Cuántos silencios, cuántas invisibilizaciones.
Cuando mi abuelo viejo murió, quizá unos 15 años después, todo el mundo tenía historias que contar. Yo tengo muchos recuerdos amorosos con él, fruto de nuestra limitada convivencia. Pocos encuentros, cartas que me dicen que me amaba de forma especial, vacaciones donde me consentía, que atesoro en mi corazón, en un lugar personal, aislado de todo lo que se dice de él.
Y aunque tiene ese sitio especial, hoy lo hago a un lado para hacer espacio para ella, mi abuela joven, la que no conocí.
Haciendo cuentas de las edades, creo que era algo más joven que él; quizá lo normal para la época, como en el caso de mis padres, pero que me hace imaginarme lo que pudo haber sido ser madre siendo casi niña, y haber criado a ocho hijos vivos. No sé si alguno más murió entre ellos.
Veo la foto nuevamente, y alcanzo a vislumbrar su grandeza, una mujer alta y delgada que dibuja una leve sonrisa. Una belleza serena.
Veo lo que no había distinguido, quizá me quedé con una imagen posterior de ellos dos. Ya más cercana a su muerte y con algunas de las huellas de su enfermedad.
Abuela joven, tu muerte fue temprana, cuánto no sé de ti, y hoy que te pongo en mi altar para honrarte me gustaría saber algo, quizá mínimo, pequeño, que me permita verte más allá de esas fotos. Estoy segura que tuviste muchos momentos felices, me gustaría saber de ellos. De ti, de tus sueños y alegrías, cuando las hubo. Voy a imaginármelos y voy a ponerte allí, disfrutando, o como haya sido la felicidad para ti, libre de mis exigencias o expectativas. Con tu sonrisa serena.
Te honro simplemente.

Mi abuela vieja, ella estuvo siempre, disponible para mi mamá, y para todos sus descendientes.
Cuando llegaba a visitarla, ya muy mayor, postrada en una cama que fue como murió, siempre tenía el domingo para todos, unos billetes que te deslizaba suavemente en las manos.
Viuda desde muy joven llevó luto prácticamente toda su vida. Casi nunca un vestido floreado, de colores brillantes, tampoco un baile o una carcajada sonora; sus risas eran mesuradas. Así fue su vida, criando a sus ocho hijos, igual que mi abuela joven.
Una mujer que se hizo cargo del vacío que el abuelo joven dejó, al que sobrevivió casi 50 años.
Supongo que cuando el encuentro llegó, habrá descansado de una vida de sacrificio, dolor, pérdidas; en fin, de lo que la vida trae. En esa historia falta la otra parte, la de la alegría y el anhelo. Me gustaría tener recuerdos de ella con sueños propios como los deseo para mi abuela joven.
Injustamente juzgo desde la posibilidad que ella abrió para todos nosotros.
Esa abuela vieja la recuerdo hoy con añoranza y alegría, con su fortaleza y dignidad ante la vida que le tocó, y la honro con mucho amor.

Quizá su sueño cumplido fue lo que sus descendientes hemos podido lograr gracias a lo que todos ellos, inmigrantes, construyeron para nosotros. Con todos sus aciertos y falencias.
Los honro a los cuatro, en presencia y en ausencia, los acomodo en mi corazón, en mi linaje, en el lugar que les corresponde, que tienen y de dónde vengo. Así como a los otros ancestros.

De ellos tomo la fuerza y hoy los pongo en mi altar con más amor que dolor.

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