Amaneció nublado. Gris y frío. Un día digno de presagiar catástrofes. Se levantó de la cama con el cuerpo adolorido, como si hubiese pasado la noche luchando contra criaturas mitológicas en sueños. Pero no, la realidad era más prosaica: había cometido un error fatal.
La noche anterior, en un acto de imprudencia digno de una tragedia griega, había tomado una dosis doble de su medicación para el hígado. ¿Las consecuencias? Incertidumbre absoluta. ¿Moriría? ¿Se convertiría en un experimento farmacológico viviente? ¿Empezarían a brillarle los ojos en la oscuridad? Sólo el tiempo lo diría.
Decidió posponer su angustia existencial y ocuparse de una urgencia más inmediata: el frío. Se dirigió al armario para ponerse un pantalón largo y, en un giro cruel del destino, su mano rozó la suela de sus ojotas.
El dolor fue inmediato. Un puñal invisible, un dardo envenenado, una traición de la naturaleza en forma de espina microscópica que se clavó en la yema de su dedo índice con una precisión quirúrgica.
El mundo se detuvo.
Todo su ser se concentró en esa minúscula intrusa. La medicación, el hígado, el paso del tiempo… todo quedó relegado ante la urgencia absoluta de extraer ese demoníaco fragmento de materia vegetal.
Buscó una pinza de depilar como quien busca el Santo Grial. Revolvió cajones, movió frascos, revisó el botiquín con la desesperación de una cirujana sin herramientas en medio de una operación de vida o muerte. Nada.
La única opción era enfrentar la espina con sus propias manos. Respiró hondo, enfocó su mirada y apretó la piel con determinación. La batalla fue encarnizada, pero tras unos segundos de lucha titánica, el minúsculo verdugo salió expulsado.
El alivio fue inmediato.
Se reclinó sobre la silla, agotada, sintiéndose victoriosa.
Con el dedo libre de molestias, volvió a la preocupación inicial. Se sirvió una taza de té—porque después de semejante travesía se lo merecía—y, con la dignidad de quien ha sobrevivido a una épica batalla, abrió el recetario para averiguar si debía prepararse para un desenlace fatal o simplemente seguir con su día.
A veces la vida es así. Un constante ir y venir entre tragedias autoimpuestas y problemas minúsculos que, en el momento, parecen el fin del mundo.
Historias paridas en otoño: donde las ideas caen como hojas y florecen en palabras
2 comentarios
…»A veces la vida es así. Un constante ir y venir entre tragedias autoimpuestas y problemas minúsculos que, en el momento, parecen el fin del mundo»…
Es un frase perfecta! describe en esencia lo que somos…
Gracias me encanto!
Hermoso relato me encantó. Cuantas espinas y pastillas van de la mano haciéndonos la VIDA.