Dos versiones

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”

Eduardo Galeano

El recuerdo de la enorme mecedora con mi enorme abuelo y yo sentada en sus piernas es una de las marcas más significativas en lo que llamo mi historia. Cuánto es verdad y cuánto anhelo es difícil saberlo, lo que sé es que ha guiado pasos y búsquedas no siempre logradas que sirven para caminar hacia la utopía.

La vida avanza como ella sabe, sin pedir permiso y sin juzgar de bueno o malo, simplemente ocurre; y en ese devenir, uno, yo, mi particularidad, van construyendo el mundo de significados, todos parciales, limitados, a partir de mi pequeño contexto.

Un día me pregunto qué son todas esas historias, esas narraciones que han acompañado mis noches y sueños, y cuestiono si serán verdad. Si realmente es o fue así. Las había dado por verídicas con la pequeña característica de que en mi caso convivían dos relatos opuestos que se daban por ciertos.

Podría ser fortuna y maldición que muy pronto tuve dos versiones y no tenía cómo elegir una.

¿Tenía que hacerlo?
¿Siempre tenemos que elegir de qué lado de la historia queremos estar?
¿Se puede observar sin juicio? Lo pienso y aunque la dualidad está presente me inclino hacia una o la otra según el dolor que predomine.

Podría seguir describiendo situaciones que seguramente son familiares para muchos, pero me pregunto, ¿eso es todo? ¿Simplemente observar?
De niña inventé el personaje de una detective, al estilo Sherlock Holmes, con su maletín rojo, que quería resolver los misterios, no sé si de la vida, pero al menos algunos que no se respondían con explicaciones cotidianas. Esa inquietud sigue, hoy sin el maletín rojo, pero sí con la curiosidad de la nena que creía que era sólo cuestión de seguir las pistas correctas para develar el misterio.

Claramente no ha sido así. Quizá fue Platón quien decía que cuando se incrementa el círculo de sabiduría también se extiende el de la ignorancia. Darme cuenta de todo lo que no sé puede ser abrumador si lo veo como el objetivo a lograr. Si lo utilizo como la provocación adquiere un matiz distinto. Eso soy, una investigadora de la vida. Sigo con mi maletín rojo de la infancia ahora convertido en microscopio y telescopio. Cerca y lejos, lejos y cerca. Miro, observo, analizo. Cuestiono, recabo datos, saco conclusiones y creo que son verdades. Un nuevo dato, una nueva pista lo cuestiona.

Leo mis textos, mis historias y son sólo eso. Cuentos infantiles que les doy el carácter de serios cuando la vida duele. Afortunadamente ella no se toma muy en serio y es capaz de introducir una carcajada en medio de la solemnidad.

Ver mi vida y todos los que en ella participan como en los cuentos infantiles que les leía a mis hijos me da un respiro.

Son las mismas historias ancestrales: la princesa perdida en un bosque y atemorizada por los peligros invisibles. Los miedos viven cuando están ocultos, sin nombre. Al nombrarlos quizá los pueda conocer y no temer su compañía.

Cuántas bellas historias hicieron mis momentos dolorosos más llevaderos, historias fantasiosas, cuentos de Oriente, reinos exóticos.

¿Y hoy? ¿Cuáles son mis reinos?

¿Y si los construyo?

Que sean hermosos sin ser inalcanzables…

¡Ya sé! Simplemente voy a maravillarme con la vida como es, con sus productos y sus efectos.

Ese árbol majestuoso que ha estado ahí, fuera de mi ventana desde siempre. Los pájaros que se posan en él sin cuestionar la justicia.

El aire que mece esas ramas y todas las de lugares lejanos es el mismo. Nos conecta, somos todos uno. Lo hemos sido siempre, en siglos pasados y por venir.
Somos lo mismo, parte de ello.

Hoy en esos árboles veo a mis ancestros, a mis amores, a la vida en su totalidad. La belleza que está presente siempre.

Respiro ese aire, soy yo, soy todos.

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