Solo quiero ser

Hay días que simplemente no quiero ser un ser de luz, y está bien.
Hay días en los que me permito solo ser, sin querer impresionar, sin querer hacerlo todo, sin querer poder con todo, sin querer apaciguar el fuego, sin querer ver el vaso lleno, sin querer estar, sin querer ir o venir, callar o decir, dormir o leer, llorar o reír, pintar o escribir, cocinar o pedir comida… y está bien.

Lo entendí tarde, o quizás lo entendí a tiempo. Porque mi vida va a mi ritmo, y mi reloj y mis velas las ajusto yo, cuando mi alma, mi cuerpo y mi corazón se sientan en la misma silla a escuchar el compás de Vivaldi.

Total, hay días en los que hago mucho. Hay días en los que puedo mucho. Hay días en los que doy mucho.
Todos los días soy mucho.

Ya mi valor no está condicionado a mi productividad, ni a mis interacciones sociales en el sitio de moda, ni a vestirme con la última tendencia.
Mi valor está dentro de mí.
Y esa luz que no siempre se ve, muchas veces es cuando más está alumbrando:
mi propia compañía,
el disfrute de mi soledad,
un café al atardecer,
pintar y vivir el proceso —y el error—,
escribir y tachar,
releer y guardar esas páginas,
crear para seguir creyendo en mí,
caminar para recordar las piedras
y embelesarme con las hojas al caer,
ir a un buen restaurante, tomar una copa de vino
y volver a casa mirando la luna.

Intentarlo cada día.
Querer a los míos.
Apoyar e impulsar.
Acompañar, curar, estar.

De mis días oscuros, me quedan los amaneceres.
De mis días soleados, el cielo.
De mis días de lluvia, el petricor.
De mis luces, mis sombras.
De mis noches, estrellas llenas de deseos.
De las flores, las estaciones.
De los frutos, su dulzor.
De la vida, el amor.
Y de la edad, mi búsqueda de la calma.

Aún hay camino.
Aún seré yo quien decida si me enciendo o simplemente me camuflo entre las ramas…
hasta que me sienta preparada para andar.

Ser lo que siento, sentir lo que hago, hacer lo que pienso, pensar lo que digo, decir lo necesario, estar presente.
Al final, doy lo que soy.

Un comentario

  1. Al final intentamos hacer lo que podemos para no aceptar la derrota inevitable causada por la sucesión de heridas y curas que nos regala la vida. Por eso están los sueños, las palabras esperanzadoras y la facilidad de plantearnos preguntas sin respuesta.

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