Sobre mi embarazo y de cómo parí en el agua

A mi hijito I. con amor

Una de las cosas más vergonzosas de parir en agua es hacerte popó y, obvio, a mí me pasó. Me hice popó en el agüita. Pero cuando me preguntan si volvería a parir así, sin anestesia, les contesto que sí. No hay momento más maravilloso que cuando ves a tu bebé salir como renacuajo, que te lo pongan en tus brazos todo lleno de manteca y que su manita se aferre inmediatamente a la tuya. Si me hubiera embarazado nuevamente, habría vuelto a elegir esa forma de parir. Sin pensarlo.

La verdad es que yo fui muy afortunada. Tuve un embarazo maravilloso, sin náuseas, vómitos o molestias, excepto por el sueño intenso que me daba en pleno trabajo y que me obligaba a hacer bizcos cuando mi jefe me llamaba a junta. De ahí en fuera, nada. Antojos sí tuve. Fui de esas que utilizó el pretexto de: “estoy comiendo por dos”, para entrarle sin culpa a la comida. Sin embargo, lo que más se me antojaban eran las naranjas. Me llevaba mi bolsita con un kilo de naranjas todos los días a la oficina o me iba al puesto de frutas de la esquina y pedía un vaso grande con gajos de naranja y toronja. Mi hijo se ponía feliz. Daba vueltas como remolino dentro de mi panza y subía y bajaba a cada naranja que me comía.

Cuando cumplí 32 semanas de embarazo, I. ya se quería salir. Se acomodó todo contento y ya iba pa’ fuera. Me mandaron a reposo inmediato, con inyecciones para que sus pulmoncitos maduraran y para que yo no entrara en labor de parto con tantas semanas de anticipación. No pude terminar mi curso psicoprofiláctico en el que te enseñan a respirar y a pujar por peligro de que se me saliera en plena clase, y eso fue un ligero contratiempo a la hora de parir. Mi hijito aguantó sólo cuatro semanas más y decidió que ya era hora de conocer el mundo.

El lunes 20 de febrero del 2012 yo tenía mi consulta de rutina con la doctora. Para ese momento, yo tenía que ir a verla cada semana y hacerme ultrasonidos periódicos para ver que los pulmones de I. sí estuvieran madurando. Mi mamá y yo teníamos planeado ir a desayunar unos buenos hot cakes que tanto nos gustaban a la Casa de Cultura de Coyoacán, pero no teníamos ni idea de lo que esa mañana nos traería.

Cuando llegué a la consulta, la Doctora me dijo que ya tenía 4cms de dilatación, que me fuera inmediatamente al Hospital, que allá me veía en un par de horas. ¡Por todos los dioses! ¡Yo todavía no tenía ni la maleta preparada! Lo bueno es que los recuerdos para el día del nacimiento y los globos para el hospital ya los habíamos mandado hacer desde hacía varios días.

La verdad es que no nos había caído el veinte de todo lo que eso implicaba y le preguntamos a la Doctora si teníamos tiempo para ir por nuestros hot cakes a Coyoacán y nos dijo que sí. Que mi pelvis tardaría en dilatar por completo y que me vendrían bien las calorías. Así, mi mamá y yo nos fuimos a desayunar. Sin embargo, a la mitad del desayuno caímos en cuenta que ese día íbamos a conocer a I., que por fin lo iba a tener en mis brazos y que ahora sí se venía lo bueno. Dejamos los hot cakes a la mitad. Nos fuimos a la casa a preparar rápidamente la maleta y a recoger los globos, y nos lanzamos al hospital. Cuando llegué ya tenía 6cms de dilatación.

Para cuando llegó la doctora ya tenía 8cms, pero no podía empezar el verdadero trabajo de parto porque mi cuello uterino está chueco e I. estaba tratando de salir por otro lado. Por eso yo no había roto fuente ni tenía contracciones. La doctora tuvo que romperme la fuente de manera manual y, bendito sean todos los dioses que nos protegen, ahí supe lo que era partirme en dos.

Inmediatamente llegué a los 10cms de dilatación y al poco tiempo me bajaron al jacuzzi donde iba a parir. Como les conté más arriba, no había aprendido a pujar y lo estaba haciendo un poco mal. Eso implicó que I. se quedara atorado en el canal de parto y que yo me agotara antes de tiempo. Por fortuna, los bebés se la saben y el instinto te dice que tienes que ayudar a tu hijo a salir o éste podría morir por falta de oxígeno. Así que I. y yo trabajamos en equipo. Yo pujé con todas mis fuerzas como la doctora me decía e I. se impulsó como un torpedo y, como tal, salió al agüita y a mis brazos. Obvio su cabecita tenía forma de cono, pero no importaba porque ya había salido al mundo. Tenía tanta prisa por empezar a vivir fuera de mi panza que me ayudó a que todo terminara en tan sólo hora y media.

No puedo explicarles la sensación que se experimenta cuando abrazas a tu hijo por primera vez. Cuando estás embarazada ya eres consciente de su existencia y sabes que en algún momento saldrá, pero la realidad es que nunca estás verdaderamente preparada para sentirlo entre tus brazos. Por eso, y por todos los beneficios que ofrece, yo no cambiaría nunca la forma en la que parí. Después de un tiempo se te olvida el dolor (bueno casi, lo que es más difícil de superar es el dolor de un desgarre vaginal) y sólo te queda el recuerdo de por fin ver la carita de tu hijo, de sentir su cuerpecito junto al tuyo, de escuchar su llanto, su respiración, su corazón latiendo.

Quizás lo que tampoco olvidas es la vergüenza de haberte hecho popó en pleno parto y que tu mamá tuviera que sacarla con un colador, pero pues también es parte del momento. Nunca voy a dejar de agradecerle a mi madre por haberme apoyado en la decisión de tener a mi hijo y de parir a la viva México, por consolarme en medio de las contracciones, por poner la música celta que había elegido para el momento y, sobre todo, por cortar el cordón umbilical de su nieto.

Ya han pasado unos años, pero sin duda puedo decir que ese ha sido el momento más feliz de mi vida. Con todo y las contracciones, la popó, el desgarre vaginal y los 10 kilos de más con los que me quedé encima, si me hubiera embarazado nuevamente, habría vuelto a elegir esa forma de parir. Sin pensarlo.

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