Es octubre, y estoy cumpliendo 23 años. ¿En qué momento es otra vez mi mes cumpleañero? ¿En qué momento dejé de ser esa pequeña mujer de veinte años que se la vivía saltando de nube en nube, con sus canciones favoritas a todo volumen y los días repletos de películas románticas? ¿En qué momento desperté? ¿En qué momento me caí? ¿En qué momento dejé de ser ella? La verdad es que no me gusta pensar mucho en el momento exacto en el que me obligué a sacar las alas, pero es cierto que de vez en cuando me gusta volver a leer sus poemas y sentirme ella. Tan inocente, tan soñadora, tan confundida, que la veo en el recuerdo y me parece preciosa. Nunca había sentido tanta ternura por alguien hasta que la vi a ella; nunca había sentido tanta nostalgia por alguien hasta que recordé que ella, algún día, fui yo.
Me gusta extrañarla, leerla, creerle y abrazarla fuerte, porque su fe nos salvó de cerrarnos el corazón, y no ha existido mejor regalo que haberla conocido a ella. Saber que solo somos inocentes una vez en la vida y que no todos corremos con la misma suerte, que quien nos despierte tenga las manos suaves y el corazón calientito. A algunos de nosotros nos toca alguien que enciende la luz sin avisar y no cuida que la puerta no se azote, y así es como, un día, lo piensas y ya estás despierto, y deseas por momentos volver a dormir antes de aquel portazo. Pero, en ese intento, llega alguien con olor a casa de la abuela y te cuenta que despertar es solo el primer paso a crecer, y que no hay que evitarlo, sino tomarlo, mirarlo, conocerlo y confiar en que las nuevas alturas también estarán llenas de magia. Y podrás volver a alcanzar otras nubes, escuchar otras canciones y vivir en otras películas de amor.
Sonreí, me deshice del nudo de mi garganta y acepté que me había tardado en despertar, que siempre había sido de esas niñas que tenían el sueño profundo y las cobijas por encima para descansar mejor. Pero había que despertar, fuera como fuera, haya sido como haya sido, mis sueños no se iban a crear en una cama, necesitaban luz, agua y vida de otros para crecer. Hoy, a mis recién 23 años cumplidos, me gustaría contarle a ella que, aquí, fuera de las sábanas, hay más sueños vivos que solo la idea de ellos. Que ahora el amor hemos dejado de verlo en películas y hemos podido tocarlo con nuestras propias manos. Que mamá, acá, también sigue siendo superhéroe y tiene todavía más poderes que antes. Que papá llora y tiene miedo, como nosotras, cuando él no estaba en casa, y descubrir eso ha sido liberador, mucho más bonito descubrirlo humano, mucho más perfecto descubrirlo imperfecto. Ese quiero que sea papá: alguien que siente, alguien que llora con la misma facilidad con la que celebra un gol de su equipo favorito. Un hombre que no se guarda los nudos, los desenreda y te pide que lo acompañes durante el temblor, y solo despertando hubieras podido acompañarlo.
Nuestros hermanos son todavía más grandes y admirables de lo que antes papá y mamá nos contaron. No hay nada que te haga más feliz que compartir su apellido, llevar su sangre, compartir los años y las raíces. Tener en ellos una historia de amor.
La abuela, nuestras abuelas, ¿qué te digo de ellas? No se derrumban, son casa pase lo que pase, ríen precioso y nos quieren tan fuerte que hemos dejado de dudar de nuestro valor. Son tan suavecitas, que sabes, con la misma certeza con la que vas a morir, que ellas jamás podrían hacerte daño. Y esa es una historia de amor que sí deberías gritarle a los cobardes. Callarlos, dejarlos sin argumentos, porque existen ellas y tú ya tienes cómo defenderte.
Entiendo que nunca te preguntaron si ya estabas lista para crecer, pero créeme cuando te digo que nuestras alas nos han llevado a lugares increíbles, que hemos conocido a pequeños adultos primerizos que también nos han acompañado en la subida, que crecer ya no duele en los huesos. Ya sabemos qué hacer con el frío y cómo construirnos un escondite cuando la vida allá afuera vuelve a ponerse peligrosa. Quizás crecer trate más de intentar que de llegar, de disfrutar antes que de lograr, de ser antes que estar, y tú y yo somos tan afortunadas porque, a donde sea que miremos, siempre tenemos una casa. Siempre nos esperan con emoción. Decir con certeza que nadie de quienes hemos querido ha tirado nuestras cartas que les escribimos cuando éramos una niña, y eso, pequeña Regina, ha sido lo más real que hemos sentido: saber que papá, mamá, nuestras abuelas y tíos nos guardan como un recuerdo que no quieren olvidar es sentir que también llevamos amor y lo inspiramos. Ahora aprendemos de sus recetas de cocina, de sus ganas y de la forma que tienen para espantar sus miedos.
Quizás una parte de mí nunca vaya a olvidarte Regina, y siempre te quiera tal cual fuiste, pero me gustaría contarte que nos estamos construyendo nuevos lugares en donde cabemos las dos, en donde tenemos tiempo para querer a quienes nos quieren y las grietas de la piel son lugares por donde nos crecen flores. Espero que la única persona que no quiera irse mientras crezco seas tú.
¡¡¡Feliz cumpleaños, Regina, estamos cumpliendo 23 años!!!
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