Lealtades que duelen, consciencias que despiertan

Veo lo que está sucediendo en diferentes partes del mundo, aquello que los medios de comunicación nos invitan a presenciar… la guerra entre Israel e Irán, entre Rusia y Ucrania; la política estadounidense respecto a los migrantes; todos los desplazados alrededor del mundo; la violencia en nuestro país, con todos los muertos y desaparecidos; y quién sabe cuántos eventos más de los que no nos damos cuenta… Mucho dolor en nuestro hogar, mucho dolor en los corazones, no solo de quienes están inmersos directamente en estos conflictos, sino de todos los que habitamos este planeta. Siento que esto también nos hermana, nos indigna, nos cuestiona.

Por otro lado, también veo todo aquello positivo que sucede cada día en nuestros contextos; aquello de lo que se habla poco, o no se habla, en los medios de comunicación, pero que ciertamente también está pasando… nacimientos, niños creciendo en ambientes saludables, padres comprometidos con la crianza, celebraciones de eventos que generan alegría, logros gubernamentales alrededor del mundo en favor de sus ciudadanos… Mucha felicidad en nuestras familias, en nuestras comunidades, en el mundo. Y también somos parte de todo esto, a veces de manera directa, y otras, indirectamente.

Esto me invita a valorar lo “bueno” que hay en nuestras vidas, a apreciar y agradecer todo eso que nos provoca bienestar. También me lleva a preguntarme cómo provocar más de esto que es bueno, a procurar —de manera consciente— aportar a dicho bienestar a través de lo que hago cada día. Al mismo tiempo, me impulsa a reflexionar sobre la razón, o razones, que generan esos resultados que nos duelen y que, desde mi perspectiva, no aportan ningún bienestar para nadie.

Sigo preguntándome: ¿qué hay en el corazón de quienes infligen dolor a otros seres humanos? ¿Cómo trascender las lealtades que los impulsan a excluir y lastimar a personas que no tienen nada que ver con sus intereses personales o de grupo? ¿Qué nos toca hacer para propiciar esta consciencia y la posibilidad de un cambio que se enfoque en poder mirarnos y tratarnos como hermanos, como ciudadanos del mundo, y alimentar concreta y específicamente el sueño de vivir en paz, con armonía? ¿Cómo hacer llegar estos cuestionamientos a quienes tienen la responsabilidad de dirigir los destinos de tantas comunidades alrededor del mundo? ¿Cómo lograr que se comprometan a realizar su trabajo con una perspectiva más amplia, menos de cotos o minigrupos, y más en favor de todos? ¿Cómo tocar el corazón de quienes asesinan, roban, agreden, y ayudar a que enfoquen su energía hacia algo mejor?

Me pesa no tener respuestas para estas preguntas. Quizá solo tengo un poco de entendimiento de lo que puede representar la raíz de todo esto que nos lacera: sistemas familiares lastrados; personas, miembros de estos sistemas, impulsados por lealtades mal entendidas que solo perpetúan patrones de comportamiento caracterizados por la agresión y la violencia. Tal vez encuentro una parte de la respuesta cuando me dedico a lo que hago cada día: propiciar consciencias más amplias y acompañar a quienes eligen realizar cambios en este tipo de patrones, que no les favorecen a ellos ni a nadie más.

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