Si me preguntaras con qué me atrevería a comparar un texto; sin dudarlo te diría que con un diamante porque ambas cosas nacen en bruto, con todo su potencial oculto, esperando ser revelado, y es solo a través de la dedicación y el pulido constante que logran alcanzar su verdadero esplendor; sin embargo, esta labor no es sencilla ni evidente; la realizan personas que, aunque parecieran invisibles, dejan su huella en cada palabra, en cada giro de la historia, hasta hacer que brille con luz propia.
Detrás de cada texto claro, preciso y envolvente hay un trabajo silencioso pero esencial: la corrección de estilo, que no se trata solo de ajustar comas o corregir errores ortotipográficos, sino de dar fluidez a las ideas, afinar el ritmo de las palabras y garantizar que cada frase diga exactamente lo que debe decir. Un corrector no reescribe, ilumina; no impone, armoniza, porque todo texto, sin importar cuán bueno sea, necesita una segunda mirada, una que lo transforme de un simple conjunto de palabras en una experiencia de lectura inolvidable.
Los correctores de estilo (obviamente, también las correctoras, y me incluyo) somos, en esencia, cuidadores del alma de los textos, artesanos que, con sensibilidad y amor por las palabras, nos encargamos de pulir cada frase hasta convertirla en un reflejo fiel del pensamiento y la emoción del autor o autora. Nuestro trabajo va más allá de corregir errores o ajustar reglas gramaticales; es una labor de pasión y compromiso que rescata la belleza de la comunicación.
Cada texto que llega a nuestras manos (o por lo menos a las mías) es tratado con un profundo respeto. Es nuestro deber como correctores sumergimos en las ideas, escuchar el latido del mensaje y esforzarnos por dejarlo tan vibrante y claro como se imaginó. No solo observamos, somos verdaderos amigos de las letras, acompañamos a los dueños (y dueñas) de su autoría en el complicado camino de expresar lo invisible y lo intangible.
A menudo, nuestro trabajo pasa desapercibido, envuelto en la sombra del autor o el creador del mensaje; sin embargo, con amor velamos por que cada palabra, cada pausa, y cada entonación lleguen con la fuerza y la ternura que merecen. Es un arte silencioso, una vocación que transforma el caos en armonía, la confusión en claridad y lo imperfecto en algo digno de ser leído y sentido.
En un mundo donde la inmediatez a veces eclipsa la profundidad, los correctores de estilo nos convertimos en guardianes de la expresión humana, cuidando que la esencia de las ideas y emociones se transmita de forma pura y sincera. Nuestra labor es una danza delicada entre el rigor y la sensibilidad, un acto de amor por el lenguaje que, aunque poco reconocido, es vital para que las voces sean escuchadas de manera clara y emotiva.
Quienes nos dedicamos a pulir los textos no solo los mejoramos, también protegemos la integridad de lo que se quiere compartir con el mundo, haciendo que cada palabra encuentre su lugar en el corazón del lector. Nuestro aporte, invisible y poco valorado, es una huella indeleble en la cultura y en la manera en que nos entendemos los unos a los otros.
Mi objetivo con estas palabras es dar voz y reconocer el valor de quienes nos dedicamos a transmitir mensajes que merecen ser leídos. Para cerrar, quiero compartir una pequeña joya: un texto que llegó a mis manos —no recuerdo por qué vía—, pero que, con belleza y precisión poética, refleja la invaluable labor de los correctores de estilo.
Soneto al corrector de textos
Soneto lingüístico n.° 22
El más excelso y rígido escribiente
comete a veces ínfimos deslices
—en fin, también enormes, ¡qué narices!—;
si alguno lo negara es porque miente.
Por suerte existe un gremio muy sensato
de tipos que con boli son felices
marcando fallos, yerros y matices
que no captó el autor en su arrebato.
Son correctores, gente imprescindible
para que un texto tenga labios sanos
y, libre del error, sea legible.
No son perfectos (todos son humanos),
pero su oficio, terco e invisible,
coloca libros limpios en tus manos.
Ramón Alemán
8 comentarios
Hola Gaby!!!
Que bonita manera de plasmar todo el trabajo y la magia que hacen los editores. Sin duda iluminan y armonizan lo que tocan (o leen).
Gracias por ser la segunda mirada! Gracias por ser cuidadores del alma de los textos!
Saludos
Yen, muchas gracias; tus palabras me motivan a seguir haciendo mi trabajo con total entrega.
Abrazo
Querida Gaby, ¿Cómo estás?
Te hermoso texto refleja de manera clara tu amor por las letras, y comunica de manera rotunda, la dedicada labor del corrector de estilo.
Particularmente, la parte que mencionas como objetivo iluminar y armonizar, me gustó mucho, y conquistó mi atención total cuando subrayas que todo se realiza con profundo respeto.
Que sigas cuidando el alma de los textos…
Te admiro mucho.
Octavio Magallanes
Mil gracias por tus palabras tan cálidas, te mando un fuerte abrazo
Te felicito, lo que realizas es en verdad maravilloso, darle sentido a un texto sin salirte de la idea original del autor, una bella labor mis pocos conocimientos me llevaron a este.pequeño comentario.
Comentario que valoro enormemente, la extensión es lo de menos. Mil gracias y un besote
Me encantó la frase que son los cuidadores del alma de los textos!!
El armonizarlos es la mejor y más exacta descripción, es ponerle la emoción a las letras, a cada una de ellas. Las que están llenas de rabia o alegría, las tienen entre palabras hay un amor secreto o tan descarado que llena de pasión al lector, esa palabras que hacen que subas a la pirámide más alta o te lleve al lugar más obscuro.
Gracias por tu tan apasionante amor a la letras. Siempre te vacilamos, que corriges hasta los whats, pero atrás de esas risas, hay una gran admiración a tu trabajo.
Armitas, muchas gracias, eren una gran amiga, ¡qué digo amiga!, HERMANA.
Valoro muchísimo tus palabras.
Besos