Ladrona

Entré a la librería como una ladrona. De prisa, con lentes semioscuros, con cierta cadencia, con un abrigo elegante, volteando a todos lados y caminando hacia mi objetivo. Ese objetivo, como cualquier ladrón normal, supongo, no era la caja registradora: era un libro. Tampoco era un libro encantado como el de Zafón en La sombra del viento. Estaba en busca de un libro que completaría mi misión.

«Es un libro que habla de la relación de la autora con su madre», me dijeron una vez, y desde ese momento supe que tenía que leerlo. La relación con mi madre ha sido un amoroso enigma que me ha llevado décadas —casi tres, en esta encarnación— descifrar.

Apegos feroces. Volteo el libro para ver la contraportada, pero no para convencerme de comprarlo, sino para ver el precio. Lo recordaba más económico: $400. Lo hojeo un par de veces para no verme tan obvia. ¿La obviedad? Que no me alcanzaba, ni con lo que traía en una tarjeta ni con otra, para completar el costo de ese deseado libro.

Esos minutos parecieron horas. Salí vaporosa, esperando que nadie se diera cuenta de que no pude comprarlo.

Sé que este relato sería más interesante si te dijera que robé el libro. Que soy una autora, ladrona de libros, como aquella película que vi hace más de 15 años, en un camión rumbo a Guasave, Sinaloa, y que nombré mi favorita por la trama, por la niña, por los libros. ¿No sabía, o sí, que me convertiría en escritora? Heme aquí.

El robo ocurrió después, cuando salí de la tienda, googleé el título y lo encontré en PDF, con chingos de virus, gratis.

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