Y cuando nada duele, ¿qué sucede?
He estado tan acostumbrada a la intensidad, a vivir con las emociones siempre a flor de piel, a sentirlo todo tanto, cada detalle, cada pequeñez. Soy esa mujer que se inventa mil escenarios mientras va en carretera mirando por la ventana. Soy todo eso, pero también soy todo el dolor. Que si algo duele, duele mucho; si estoy a punto de romperme, me rompo, hago ruido, desordeno, corro, me agito y me detengo para seguir escuchándome mientras ahí dentro todo se me viene encima. Esa soy yo, y ya no pido perdón por sentirlo todo tanto.
Pero ahora me está pasando algo que nunca había sentido. No me duele nadie, no siento la necesidad de escribir sobre alguien. Respirar se vuelve otra vez un acto inconsciente, y dormir ya no resulta una pesadilla. Es como si el mundo me regalara esta pausa, otro aire para poder respirar profundo, con calma y sin culpas. «Detente a oler las flores», me dice, «que de eso también va la vida»: de simplemente acordarte que existes y caminar sin sentir que pesa el corazón. Porque sentirlo todo tanto no es una condena de dolor; es abrirse a sentirlo todo, incluyendo la paz, incluyendo el silencio. Parece que el corazón regresa a su sitio y vuelve a latir a su ritmo habitual, porque se está limpiando, porque se está acomodando, porque sabe que otra vez está todo por pasar.
Los ojitos vuelven a brillar, a llenarse de ternura; empiezan a escucharse pasos, personas, nuevas casas, otros cuerpos.
Es mirarme al espejo, pasar mis dedos por mi cabello y sonreír porque no he perdido nada. Estoy completa, y la vida no se ha vuelto insoportable con ninguna ausencia. Al parecer, toda despedida te prepara para otra bienvenida. Llega todo nuevo y me abrazo con mucho amor, porque yo sabía, sabía que íbamos a estar bien. Solo era cuestión de no obligarme a pararme de la cama por un par de meses, llorar mientras hacía tarea o la urgencia por llegar a casa para que la almohada fuera mi lugar más seguro. Solo era cuestión de seguir recreando los recuerdos mientras me duchaba, me peinaba o justito antes de dormir, para de tanto pensarlos, desgastarlos.
Me necesitaba real. El cuerpo se me estaba cayendo a pedazos, en desorden y sin vista de un posible final. Entonces me aparté, me solté, dejé de sostenerme y me permití romperme. «Esto también es amor», me repetía durante la caída.
Porque me necesitaba diferente, porque yo sabía que necesitaba acomodarme las piezas de otra manera.
No estaba perdiendo nada, ya había pasado todo, y está bien. Está bien… ahora hay más espacio.
Hoy escribo desde la paz de mis cuatro esquinas, por amor y ya no por ahogamiento. Leo poesía para descubrir que hay golpes que ya no me hacen daño, y personas que aunque regresan, no vuelven porque han dejado de verse grandes ante lo grandes que comienzan a
ser otros. Y está bien. También es amor dejar de cuidar que la herida no cierre y aceptar que hay personas que ya no golpean, y que no pasa nada. Ya vendrán otras, y eso también es amor: aceptar que el dolor también se va.
Y que la poesía también la necesitamos cuando nada duele.
Un comentario
Me encanta como escribes
Eres tan real