Ella ya no nos reconoce. Está en su mundo, y se la ve bien. Me pregunto cómo será ese lugar en su interior al que va y se refugia de la realidad del geriátrico. Cada vez que vamos está como mirando una película por dentro. Concentrada, por momentos sonríe, por momentos entrecierra los ojos…a veces de ahí pasa a roncar. Y yo me la imagino pasando umbrales de fantasías, volando con el nono a Paris, flotando en el cielo de un cuadro de Van Gogh, y después me la imagino de chiquita, en el campo, tomando nata con cucharones, y esperando que salga del horno una pasta frola, con la casa con olor a leña y a vainilla.
A veces me quedo al lado de ella y también entrecierro los ojos como si pudiera conectarme con ese sueño en el que vive. Ella me mira, sin mucha expresión, no sé si porque no me reconoce o porque me reconoce y le parece raro lo que estoy haciendo. De cualquier manera me deja que apoye mi cabeza en su hombro. Yo le hablo como si estuviera compartiendo este delirio que me imagino, y ella me responde en la misma sintonía. Que sí, que el nono está elegante con ese traje, que la torta salió medio seca pero se la va a comer igual porque extraña comer algo dulce, y cosas así.
Pero el otro día fue ella la que se metió en mi sueño, y a la vez en mi realidad. Me preguntó de golpe, como si hubiera estando esperando el momento: “seguro que vos tenés una novia. Por qué no la invitás? Te da verguenza que te escuche decir disparates?” Uff, y esa ráfaga de conexión… desde cuando?, pensé. Me descolocó. “No”, le dije seguro de no estar mintiendole. “No la traigo para que no se meta en los viajes que hacemos. No los entendería”. “Ah, entonces está bien. Pero un día me la tenés que presentar. Ah, ya sé, cuando me traigan ropa para mi edad, porque esta ropa de monja no es para mi.”
Salí riéndome, pero esta vez sabiendo que hablaba en serio. Aunque haya sido por un rato. Y decidí darle el gusto a ese momento de lucidez.
Le compré un vestido suelto, era verano. Con botones adelante y flores en la parte de abajo. Color durazno.
También le compré un perfume. El que solía usar.
Cuando se lo di, sonrió y me dijo: “vos me querés pedir algo”.
Si, claro, que conozcas a mi novia, le respondí. Nos está esperando afuera.
Ahh, bueno, entonces yo aprovecho a presentarte a mi novio, salimos los cuatro, me retrucó como si fuese algo casual.
A tu novio? Desde cuándo tenés novio? Le dije como si me dirigiera a una niña.
“Ahora voy a poder salir porque tengo este vestido nuevo. Porque así, con esta pinta me da vergüenza: no ves que parezco una vieja? me dijo con cara de preocupación.
Es verdad, no sé quién te compró eso.
¿Qué edad tenés, abuela?
“Cuarenta y cinco, a lo mejor un poco más pero no recuerdo. No me compres algo muy provocativo, me gustaría algo sencillo pero alegre.”
Bueno, a partir de ahora me voy a encargar de que te veas jóven como sos, le dije.
Gracias, querido.
Y ahora dónde vamos a ir así de “pitucos”?
A que conozcas a mi novia. Vamos a ir a un restaurante. Pero vos me querías presentar a tu novio también. Está acá?
Era un chiste, nene! Mirá si voy a tener novio, creíste que hablaba en serio? No…En este lugar hay gente muy mayor!
Notas:
La expresión “con esta pinta” en lunfardo argentino, puede hacer referencia a estar elegante o todo lo contrario, como en este caso, donde el personaje quiere decir que no está “presentable”.
Pituco: elegante