Busco en la bodega llena de cosas del pasado porque lo que quiero lograr no lo consigo con lo que tengo.
Abro la caja que está guardada desde hace varios años. La he abierto algunas veces antes para sacar algo específico, pero en esta ocasión es distinto. Quiero hacer un dibujo único, no una viñeta decorativa que encuentro en las bibliotecas digitales y que sí son bonitas pero han sido usadas mil veces.
Me decido finalmente a hacerlo yo misma con la duda de si los manos responderán para plasmar lo que deseo. Limpio la caja y comienzo a sacar de a poco cada frasco, las plumillas, encuentro unas cintas adhesivas de colores, hay tintas chinas, acuarelas, gomas, pedazos de carboncillo, crayolas… Todo habla de momentos que fueron muy importantes muchos años atrás.
Empiezo a dibujar con inseguridad, dudo si seré capaz de hacerlo con belleza o serán trazos infantiles, los de una mano inexperta.
Voy recuperando la confianza al ver que lo que plasmo no es desagradable; por el contrario, me muestra trazos sutiles, con distintas calidades que van apareciendo con hermosura.
Como decía un maestro, dibujar no es cuestión de mano sino de ojo, de poder ver los detalles.
Conforme voy avanzando busco nuevos colores y me encuentro con muchos frascos que lo único que tienen es pedazos de tinta seca o un líquido viscoso que ya no sirve. No recuerdo cuándo fue la última vez que los abrí tan sólo para rellenar una pluma, pero no para dibujar. Las botellas son hermosas, las hay de distintas formas y calidades, aunque no todas soportaron el paso del tiempo.
Conecto con una alegría olvidada al ir sacando cada color con la plumilla e ir dibujando una planta de café que me conecta con una vida anterior. Añeja capas y capas se develan, ancestrales, lo que fue importante unos 30 años atrás, hoy; todo se funde en el trazo mientras oigo música de mi adolescencia y la canto casi a gritos. Siento la alegría de la rebeldía. Lágrimas de añoranza se escurren por mi mejilla, no son de tristeza, son de amores antiguos que dejé en el olvido por mucho tiempo y hoy regresan para recordarme que son parte de mí; nunca se fueron, sólo me esperaban en lo que la prosa y la prisa de la vida me distraía.
Un profundo suspiro me regresa algo del alma perdida al cuerpo.
Ya no quiero dejar de dibujar, me pregunto por qué dejé de hacerlo, cuándo fue la última vez que lo hice; ni siquiera lo recuerdo.
El resultado final me deja bastante satisfecha en relación con mi auto exigencia, pero más que el objetivo cumplido lo que ocurre me conmueve, me llena de un amor olvidado, de un encuentro conmigo, de completud.
Soy la que he sido antes. También la que soy hoy.
Mi frasco aún conserva un líquido vivo, no hay que desecharlo. Sirve para hacer hermosos dibujos, no los de una máquina sino los de historia de muchos pasados que sólo con la mano y el alma pueden expresarse. Capas y capas de pasados diversos se sobreponen una a una y se mezclan con el futuro que voy construyendo.
Mi líquido es armónico, como un vino añejado, que con el paso del tiempo adquiere cuerpo.
Ya no es la ligereza de antaño, aunque se añora, se extraña, se le desea.
Quiero creer que hay algo que da otro valor en comparación con la novedad.
El líquido aún tiene fuerza, provee color como cualquier producto nuevo, y muestra la mano del dibujante, su mundo, sus mentiras, sus sueños, esos que en el pasado abrieron puertas que nunca se cerraron por completo
Somos pasados que se empeñan es aparecer y el reto es aprender a no creer que se pueden modificar, esa búsqueda es fútil, no lleva a nada
Somos también la posibilidad de reinventarnos una y otra vez sin eliminar ni abandonar sino integrando la diversidad única que somos.
Yo soy yo y mis circunstancias, mi pasado, mis experiencias, mis dolores y anhelos.
Soy una suma que se multiplica en cada uno de mis actos.
Son quien he sido y quien puedo ser. Aunque a veces desee ser otra, también soy la que conserva lo que ha vivido, aprendido, rechazado, explorado.
Las imágenes que van apareciendo ya dejan de ser tímidas; me atrevo a atreverme, no me importa equivocarme -si es que eso es posible cuando es arte lo que aparece- y exploro texturas, papeles, plumones…
Quizá se abrió otra puerta que conducirá a algún lado que no puedo ni siquiera imaginar pero que como siempre, se despliega en un abanico de posibilidades.
La vida siempre es más grande que uno.