Filete de res

Lloré. Lloré mientras lavaba los trastes, y, deseé que hubiera más, más trastes que lavar para seguir llorando. Es que cuando se abre la llave no hay forma de detenerlo. Al final, coma; es agua, punto. Soy agua corriendo.

¿Dónde se encuentra el límite entre un amor profundo y un desprecio por la humanidad? Lo encuentras, un domingo a las 3:33 pm, en un restaurante, entre el deber y el ser.

Soy mesera. Cuando me doy la oportunidad de trabajar en algo que no sea ser artista, soy mesera. Me pregunto, si de verdad, no es, también, un tremendo arte, dedicarte al servicio al cliente. Servicio, servir, eso es, así se llama. Hay personas que se lo toman muy en serio. He visto desfilar por estas mesas, a las almas más luminosas, también, a las más oscuras.

Soy mesera. Hoy estoy menstruando, hay luna nueva. Eso no lo recuerdo, cuando soy mesera y estamos “camotes”, hay lista de espera.
La gente, cuando tiene hambre se pone brusca, violenta, intocable. Hay lista de espera y el tiempo se ensancha. 11 personas quieren entrar. Limpio la mesa, pongo el menú, el platillo de la mesa 3 está listo. Voy por él, lo llevo. La gente tiene prisa, tienen mucha prisa, pero sobre todo, tiene hambre. Y, de pronto, la mesa de 11 personas está lista para ordenar:

  • [ ] 2 Pizzas Margarita
  • [ ] 2 Pastas quesos madurados
  • [ ] 1 Pizza de vegetales y queso gorgonzola
  • [ ] 1 Filete de res bien cocido
  • [ ] 6 Aguas del día
  • [ ] 1 Coca cola
  • [ ] 2 Rusas con extra hielo con agua san peregrino
  • [ ] 1 Coronita
  • [ ] 1 Victoria
  • [ ] 1 Chai con leche deslactosada (al final)
  • [ ] 1 botella de Merlot Italia (5 copas)

Meto al sistema el pedido.
Otra mesa espera, llevo cubiertos y platos.
En cocina las pizzas entran crudas al horno, regresan cocidas. Todos los tipos de quesos.
Un expreso, un americano, dos copas de vino.

Mi mente da saltos importantes, el presente es lo único que está en juego, la gente tiene hambre y aquí, estamos para servirle.
La mesa grande recibe sus bebidas, agregan un vaso escarchado a sus peticiones. No puedo abrir la botella con jugo de limón; pasa por mis manos, las de Alma, Gimna, Ara, Dani, May y Angie, ninguna puede abrirla. Optamos por el cuchillo.

En la mesa es donde descubres de qué están hechas las personas.
La gente dice, cuando quieras saber cómo es alguien fíjate cómo le habla a un mesero. No encuentro fallas en esa lógica.

Ser mesera es una coreografía constante, un poco de impro por aquí y por allá, algunos pasos ya conocidos. Hablar con los clientes. Disculparse cuando ya no hay algún producto, sugerirle otro. Tomarles foto a los comensales porque se están reuniendo después de mucho tiempo, porque están en familia, es su cumpleaños o, algún aniversario. Levantar los muertos. ¿Habías escuchado esto? Término que se utiliza en el restaurante para nombrar a los platos y cubiertos que ya no tienen comida o qué ya no se están usando. “Voy atrás” es una forma de decirle a tu compañera estoy detrás de ti, quédate inmóvil para que no te vaya a pisar, golpear, choquemos, se caigan tus platos o los míos o hazte a un lado. Ya no hay natilla de elote “oído” cuando ya te enteraste de la novedad en cocina.
¿Sigues pensando que no hay arte en esto?

Le llamaremos Luis Felipe. Luis Felipe, el de la mesa de 11 personas me pregunta por su filete, dice que si por qué la mesa de la esquina ya lo tiene y él no. Le explico a Luis Felipe que esas personas llegaron antes que él por lo tanto salió primero. Le digo que su filete está en camino. Voy a cocina, hubo una pequeña confusión pero el filete está en camino a su cocción. Regreso. La lista de espera se acrecienta y hay personas que llevan 3 horas platicando en una mesa, ignoran la urgencia de que alguien ocupe esa mesa. Luis Felipe hace hincapié en su filete, le digo que está en el horno, responde: ¿TODAVÍA? Su hija, sugiere que lo cancele. Yo me pongo nerviosa. El filete está a punto de salir y se lo trato de explicar a Luis Felipe, con la mayor calma y carisma posibles. Luis Felipe responde: ¿YA PARA QUÉ? YA NOS VAMOS. Entro en el juego de Luis Felipe y le digo, este es un lugar de “slow food” o sea, (comida lenta) lo contrario a “fast food” (comida rápida). Mi pensamiento hipotético deductivo: – No lo digas no lo digas. Mi pensamiento concreto: – Lánzalo es el momento. – ¡Esto no es burger king, Luis Felipe! Luis Felipe se enfurece y su hija, lo apoya. ¡Cancélalo ya! Perfecto le digo, lo cancelamos. Corro a cocina, les digo, cancelaron el filete. Luis Felipe se queda media hora más en el lugar, junto a las 10 personas. Pudo haberse comido su filete, no quiso, hizo berrinche como estoy segura hace a cada lugar que llega. La gente con hambre es difícil de tratar. Hay gente que utiliza el hambre de pretexto, el dinero de pretexto, para sentirse superior y, depositar su mierda en la mesera.
Suena en mi cabeza la icónica canción El Sol no regresa de la quinta estación: “hace días perdí, en alguna cantina, la mitad de mi alma, más el 15 de propina” pienso en el 15 de propina que no vamos a tener porque Luis Felipe no está contento. Pienso en ese trato hostil, el de Luis Felipe y sus hijas, su condescendencia. Sentí desprecio, no por ellxs, ellxs eran la representación de las personas que también son así. En ese momento, sentí un jalón en el estómago, me sentí culpable. Culpable por sentir desprecio y no amor por esas personas, por no sentir compasión. Me pregunté, mientras corría de una mesa a otra, cómo era posible lograr sentir amor por la gente que me generaba todo lo contrario; ahí radica la elevación, susurraron mis maestros. Un perro aúlla mientras escribo esto. Me sentí pequeña, me sentí tan despreciable como Luis Felipe, por no lograr verlo con ojos de amor, por decirle no somos burger king, por poner un limite, por enojarme y por tomármelo personal, y provocar la posibilidad de que no nos dejaran propina.

La propina, en muchos restaurantes, no solo es para lxs meserxs, es para todo el equipo: cocina, tarja, servicio, caja. Se junta y se divide en partes iguales, se entrega a todas la parte que le toca, así trabajamos en equipo y el esfuerzo de una, ayuda a la otra. Si falla una, fallamos todas. En otros países la propina no es obligatoria ni culturalmente aceptada, pienso que es, porque lxs meserxs tienen mejores sueldos y pueden permitirse prescindir de la propina. No lo sé. Yo solo puedo hablar de lo que encarno, y esto es lo que sé.
Lloré y lloré mientras lavaba las decenas de vasos. Temí por esa propina, pero sobre todo, me culpé por hacerlo mal, por equivocarme, porque cada que estoy en servicio busco acercarme a la perfección.

Cuando pidieron la cuenta, sentí culpa, sentí más culpa cuando vi que había olvidado llevar el vino que Luis Felipe también había pedido. Apenas pude decir, su cuenta ¿va a ser cerrada? Sí, me dijeron. No puse objeción, asumí que merecía que no me dejaran propina, pero, mis compañeras ¿qué culpa tenían? Volví a la tarja a lavar vasos. El ritmo desaceleró. Cuando se fueron, vi que habían dejado el 10% de propina y algo descansó en mí, pero también, lloré más.

Unos minutos después, el filete cancelado fue servido, a otro cliente que no tenía tanta prisa.
La mesa de 11 personas, la de ventana, la mesa grande se vació. Enseguida, 6 personas la habitaron.

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