Hace algunos días fuimos invitados a celebrar la conformación de una familia, con hijos propios y adoptados, después de todo un proceso que ahora permite a estos padres asumirse legalmente como tales para estos niños, y a éstos saberse parte de un nuevo sistema familiar, de una familia reconstituida.
Durante el festejo, miraba a quienes participábamos de éste, principalmente a los niños adoptados y a los padres que tomaron la valiente decisión de tomarles a su cuidado y hacer lo mejor que pueden para que estos niños vivan en condiciones distintas a las que habían tenido hasta antes de conocer a estos padres de crianza.
Me llamaba la atención la felicidad que percibí en esos rostros infantiles, y pensaba en las decisiones que los adultos tomamos y los efectos que éstas tienen para cada una de las personas involucradas.
Las decisiones que tomaron los padres biológicos, que les impidieron asumir su rol como tales, decisiones conscientes o no, con una intención o sin ella, que produjeron una vida difícil para sus hijos, colocándolos en una situación de adversidad en la que les tocó alejarse de su seno familiar, con un desprendimiento doloroso seguramente (aunque quizá hoy no haya una consciencia plena de ello en estos niños).
Decisiones de los padres adoptivos que ofrecen, con una intención consciente, la posibilidad de una vida con condiciones más favorables para quienes no tuvieron la oportunidad de elegir dónde crecer, con quién educarse, pero que, a juzgar por sus rostros, ahora pueden disfrutar con alegría lo que el destino les ofrece a través de estos padres de crianza, de esta familia amorosa y generosa.
También entran en esta dinámica las decisiones de la familia ampliada, las personas que conforman el sistema familiar de los padres de crianza, que colaboran (o no) para que estos niños puedan encontrar un hogar y un contexto más amplio que les acoja de la mejor manera; y las decisiones de las instituciones que hicieron posible el proceso de adopción, buscando también favorecer el futuro de estos niños.
Cuando pienso en todo esto, me conmuevo de emoción, reconociendo que hay muchas personas en el mundo (como estos niños que han sido adoptados) que necesitan de corazones y brazos abiertos, amorosos, que les ayuden a florecer y convertirse en aquello para lo que han sido llamados. Me emociona igualmente mirar que también existen en el mundo personas valientes, generosas, amorosas (como estos padres adoptivos y sus sistemas familiares), dispuestas a tender sus manos y construir futuros más promisorios para quienes les ha tocado destinos o vidas difíciles.
Experimento una sólida esperanza en relación con nuestra especie; creo que mientras haya personas con esta consciencia, con esta disposición, con este gran corazón, el futuro del ser humano tiene posibilidades. Me cuestiono respecto a qué nos toca hacer a quienes somos espectadores de situaciones como éstas, y mi respuesta va en el sentido de lo que estoy haciendo precisamente al compartir contigo estas líneas: hacer visibles las diversas situaciones como las de estos niños, reconocer las decisiones como las de estos padres de crianza, y los efectos que se pueden generar cuando estos elementos se combinan y se entrelazan en un espacio y un lapso de tiempo.
Mi deseo es que, al leer esta reflexión, surja en ti el impulso de contribuir de la forma como puedas, para que cada día haya más historias exitosas (en el sentido de que se construyen efectos favorables para los involucrados), como esta de la que soy testigo hoy; historias donde al final los rostros de todos estos niños reflejen la felicidad a la que tienen derecho, historias que podamos contar más adelante, donde la adversidad cedió y se transformó en mejores oportunidades de vida para todos