Extranjeros

La palabra extranjero es un adjetivo que se aplica a quien es o viene de otro país. Proviene del latín extraneus, que puede traducirse como “extraño”; de manera que un extranjero es una persona extraña, alguien diferente al resto de quienes son originarios de algún lugar al que el extranjero no pertenece.

En estos días he tenido la fortuna de conocer algunas ciudades de España y he experimentado la sensación de sentirme extranjero, diferente, extraño, como sin encontrar mi lugar, a pesar de estar teniendo encuentros amables con las personas que son propias de este hermoso país con sus lindas ciudades. A pesar de que hablamos el mismo lenguaje.

Pienso en el fenómeno de la migración, en todo lo que implica para quienes eligen (por la razón que sea) dejar su lugar de origen para ir a otro país. Creo entender, con un poco más de consciencia, el desprendimiento que viven estas personas y el proceso que conlleva el reto de integrarse a una cultura diferente a la suya, a costumbres, climas, alimentos que no son los que habitualmente tienen en su tierra natal.

Ciertamente, la persona que se aventura en una migración requiere de valentía para tomar esta decisión, para renunciar a no sé cuántas cosas en aras de encontrar un mejor lugar para vivir, un espacio más propicio para su bienestar (y quizá el bienestar de los suyos). Muchos seguramente logran su objetivo, mientras que otros viven historias difíciles que terminan por regresarlos a su lugar de origen, sea por su propia decisión o por los procesos de deportación que les toca sufrir.

También creo que extranjeros somos todos, en algún sentido. Que, de una forma u otra, todos hemos experimentado esa sensación de no encajar en ningún sitio en el que estamos, incluso viviendo en nuestro propio país, incluso estando en nuestra propia familia de sangre. Esto me lleva a comprender más a quienes se sienten extraños, a aquellos que les cuesta encontrar su lugar, y pienso que muy probablemente esto se relaciona con las historias de vida de los antecesores: padres, abuelos o bisabuelos que vivieron un proceso de migración difícil, que no pudieron (por la razón que sea) acomodar esa experiencia de vida, y que se transmitió a las siguientes generaciones, en donde algún posterior asumió (sin una intención consciente) la tarea de acomodar o “arreglar” esa parte de su historia, para sanar lo que su anterior no pudo hacer.

En los procesos de acompañamiento que tengo el honor de llevar a cabo, suelo invitar a la persona a que explore aquellos eventos migratorios que sucedieron en el sistema familiar, con la intención de ayudarle a tomar consciencia de lo que posiblemente pueda estar obstaculizando su proceso de integración, su sentido de pertenencia, encontrar su lugar en el mundo y lograr, con ello, el bienestar que le es propio a ella y a su descendencia.

Me parece que, como seres humanos, tenemos un reto grande cuando nos toca convivir o compartir espacios con personas extranjeras, con quienes les cuesta trabajo encontrar su lugar, o con nosotros mismos, si es que en algún momento nos hemos sentido como extraños incluso en nuestra familia y/o en nuestra propia tierra. Tendríamos que mostrarnos más compasivos e incluyentes cuando nos toque convivir con estas personas, más compasivos con nosotros mismos cuando nos sintamos extraños o nos cueste encontrar nuestro lugar.

Me parece que, como extranjeros, tendríamos que mostrarnos agradecidos con la tierra y las personas que nos han recibido y nos han hecho sentir que somos bienvenidos. Agradecidos por encontrar un lugar en donde podamos sentir que pertenecemos.

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