Es bonito y liberador darte el lujo de no hacer nada, de dejar de esforzarte para que todo esté en su lugar y simplemente dejar que lo acomode el tiempo, con calma y sabiduría. Aunque a veces se sienta incómodo porque estamos dejando de hacer un esfuerzo por controlarlo todo, por creer que lo controlamos todo, al final lo único que termina por pasar es que la vida hace y deshace a su antojo y no se fija en quién eres o en quién estás intentando ser.
Por eso es liberador, es paz, es otro tipo de amor, otra manera de querernos: dejar de hacer algo para que las cosas, las personas o las situaciones se sigan quedando. Dejar de hacer para que te sigan cuidando, para que te sigan queriendo, para que te sigan sosteniendo, porque hacer ya es demasiado y hay cosas que solo son si nacen.
Porque hay cosas que nacen muertas y es mejor no hacer nada para que la naturaleza lo haga todo.
Cuando te enteras de esto, en el no hacer nada, empiezan a crearse cosas, vidas, vidas que inevitablemente nos llevan a otras y, como truco de magia, ahí estás otra vez frente a personas nuevas y llenas de encanto. Personas a quienes no tenemos que explicarles nada, que con sus chistes y abrazos nos quitan el miedo a responder, nos quitan el miedo a vernos llorar. Nos quitan todo, menos la certeza.
Yo ya no quiero hacer nada, nada por cuidar que no me pierdan, que no me hieran, porque he entendido que dejar de hacer es dejarlos hacer lo que quieran y con eso perder a quien más quieren. Estoy tranquila porque sé que inspiro amor, porque a veces ya no hacer nada es hacer demasiado.
Un comentario
Tan cierto y tan necesario