Reflexionaba sobre los diferentes roles que las mujeres jugamos en la sociedad. Hay sombreros de varias medidas y colores: unos pesan más y otros son más lindos y vistosos.
Yo, en ocasiones, creo que los que más lucen son siempre los que llevan otras mujeres; se ven más limpios, más ligeros, más atractivos.
Mi sombrero de madre a veces se ve descolorido y opaco. Yo diría que se ve medio “traqueteado”, pero aún funciona y me queda muy bien. Me gusta portarlo, me gusta mostrarlo, aunque a veces pesa mucho.
El sombrero de esposa, a veces, quisiera aventarlo al clóset para que descanse un poco. Pero le tengo tanto cariño, respeto y lo valoro tanto que, apenas me lo estoy quitando, ya lo extraño. Lo vuelvo a valorar y decido que quiero seguir llevándolo a todos lados, sin importar el clima o las circunstancias.
Mi sombrero de mujer trabajadora solo lo uso de lunes a viernes y por tiempo limitado, porque es pequeño y algo incómodo. Para ser honesta, prefiero el de mamá o el de esposa, pero el de mujer trabajadora me hace sentir productiva, valorada, orgullosa de mí misma y elegante.
Todas las mañanas uso uno que me encanta: el de deportista. ¡Qué cómodo es! Qué alegría me da cuando me lo pongo. Le queda perfecto a mi cuerpo, me mantiene viva, fuerte y activa. Ese sombrero lo quiero conservar por el resto de mi vida.
Hace unos años perdí o, más bien dicho, me quité el sombrero de hija y de hermana. Fue un proceso difícil, pero lleno de aprendizaje. A veces los extraño; me quedaba bien, pero les había puesto tanto peso que me estaba lastimando. Ya estaba afectando mi andar por la vida.
Y, finalmente, el que más uso y creo que más debo cuidar, porque es súper lindo, vistoso, sexy y brillante, es el sombrero de mujer. Muchas veces lo olvido en el clóset, en la cama, en la computadora o en la oficina, pero, cuando menos me doy cuenta, ya lo traigo puesto. A veces medio desalineado, pero siempre ahí, conmigo, recordándome quién soy y hacia dónde voy. Qué honor ser mujer en este siglo, en esta época, en este mundo.
Hoy me quito el sombrero por todas aquellas mujeres que, malabareando los suyos, van por la vida tratando de dar lo mejor a su familia, a sus hijos, a sus jefes, a la sociedad. Esas mujeres que han tenido que tomar sombreros que no les correspondían, que han tenido que cargar sombreros ajenos… Por ellas, yo me quito el sombrero.