El silencio va más allá de la acción de callar, no expresar o decir algo a otros. Se trata de un espacio en nuestro mundo exterior o interior que invita a la interpretación e incluso produce incomodidad en quienes nos rodean y a nosotros mismos. Nos acostumbran al ruido como fuente de vida y actividad.
Creemos que si hay silencio, algo está mal o está ocurriendo algo extraño, no esperado.
Generalmente, los entornos llenos de silencio están asociados a las funerarias, iglesias, duelos, pero, esos silencios no son totales. En muchas ocasiones, podemos estar en un espacio silencioso, pero no lo contactamos porque el ruido está dentro de nosotros, en nuestros pensamientos, nuestras emociones, en recuerdos.
Sin embargo, el silencio es parte de la comunicación entre los seres humanos y muy especialmente, con nosotros mismos. Los múltiples significados que le damos al silencio, hacen de ese espacio, un territorio lleno de interpretaciones, hipótesis y distorsiones que pueden llevarnos a alejarnos.
Nos toca revisar el poder que tiene el silencio en nuestras vidas, en la medida que decidimos su uso como una herramienta para potenciar nuestro ser o para restarle armonía y bienestar.
Quiero contarles, las diferentes caras que le he visto al silencio, me encantaría que pudieras comentar, si conoces otras distintas:
El silencio que intimida: ese que es usado como amenaza, para que sepas que las consecuencias de lo que digas o hagas, será castigado. Este silencio va acompañado de miradas y gestos hacia otras personas. Ha sido parte de los patrones de crianza inadecuados y más severos. Y en ese mismo silencio, está el otro lado de la moneda, el que calla lleno de miedo, zozobra por quien exige que se mantenga de este modo para evitar las consecuencias. En este silencio, el ruido es interno. Está lleno de pensamientos y emociones displacenteras: cólera, ira, miedo, dolor, angustia.
El silencio que avergüenza: No hablamos porque nos sentimos inadecuados, preferimos no decir, nos callamos para evitar ser objeto de burlas y chismes. Estas personas en silencio, son catalogadas de tímidas, “prudentes”, retraídas, poco sociables. Pero en la realidad, se identifican con un tormento en sus pensamientos llenos de inseguridades, juicios, incomodidades y evitación.
El silencio como parte de la comunicación agresiva: mantenemos el silencio como una herramienta de información tácita hacia las personas que nos rodean, especialmente, familia, parejas, amigos y personas cercanas, para manifestarles molestia, indiferencia, desgano. Este silencio produce malestar entre las personas y generalmente, es el caldo de cultivo de hipótesis, interpretaciones, adivinanzas e historias armadas en cada uno de nosotros sobre lo que la otra persona ha hecho, produciendo grandes distancias emocionales en las relaciones con las personas que nos importan.
El silencio del sufrimiento: ese que nos hace callar para no hacer sufrir a otros, pero si, para sufrir nosotros. Es ese espacio que abrimos en nuestro mundo interno para evitar que otros vivan el dolor que sentimos, que a veces reprimimos y no permitimos que fluya. Nos llena de tristeza y puede sumirnos en la depresión.
El silencio lleno de fantasías: nos hace soñar, encontrar espacios imaginativos, nos permite crear, pero si no lo usamos de manera consciente, nos lleva a un mundo irreal, que no nos deja accionar, solo imaginar. Puede llevarnos de la alegría a la ansiedad, ante la posibilidad que no ocurra.
Pero hay silencios que sanan y nos conectan con el bienestar. Hay silencios a los cuales podemos acudir para sumar y no para restar. Esos silencios que nos benefician al ponernos en contacto con nosotros mismos.
El silencio que potencia la atención y concentración: es un silencio productivo que nos ayuda a vivir en el aquí y en el ahora, estar en el presente y con ello, mejorar nuestra vida sin la melancolía de un pasado o la ansiedad de un futuro.
El silencio de la paz y la calma: ese silencio que escogemos para retirarnos del ruido externo, pero también del ruido interno. En este silencio le damos más valor a nuestra respiración y nos permite tener contacto con nuestro Ser. Reconociéndonos y sintiéndonos. Nos permite hacer pausas en medio de las rutinas y actividades constantes.
El silencio del amor: referido a la posibilidad de estar y solo sentir, sin juicios, sin razones, con entrega, bien sea para escuchar al otro, para escucharnos a nosotros. En las relaciones interpersonales, podemos distinguir el silencio desde el malestar y desde el amar.
El silencio de la comunicación asertiva: que escucha, que hace empatía, que brinda importancia genuina al otro.
El silencio de la oración: No es el que reza, es el que ora y se conecta con una energía superior que nos invita a creer, tener fe y confiar.
El silencio es una herramienta que podemos percibir y vivir para conocernos más, para sentirnos más, pero especialmente, para cuidarnos de la avalancha exterior e interior, cargado a veces de un volumen que nos impide disfrutar de nuestro ser, cargarnos de energías para un mejor hacer y apreciar aún más lo que y a quienes tenemos en nuestra vida.
El silencio sana cuando usamos el canal adecuado para llegar a él: meditación, atención plena, introspección, naturaleza y esos medios que te hacen sentir paz y transitar una mejor calidad de vida.
Aceptar el silencio, es un aprendizaje que vamos obteniendo en la medida que lo vamos recorriendo, deja de ser incómodo para convertirse en un espacio atesorado y valorado.
¿Conoces otras caras del Silencio?
En estas letras te manifiesto mi deseo, que cualquiera sea esa otra cara, te permita estar en bienestar!
“Aquél que no entiende tus silencios, lo más seguro es que tampoco entienda tus palabras” -Elbert Hubbard–