Parte 1
Hacía ya algunas semanas que no veía a Laura, quien hasta ese momento había sido mi nutrióloga por años. Hice cita con ella más que para revisar como iba mi régimen alimenticio, para entregarle la invitación a mi boda que se celebraría en 2 meses. Al verme, las preguntas de rutina empezaron; que cómo estaba, que qué tal me había ido, que qué tal el ejercicio, etc. Yo, agobiada, le conté a detalle las últimas noticias en mi vida. Hacía dos semanas que había sido promovida en mi trabajo, Miguel y yo nos acabábamos de mudar a nuestro nuevo departamento y, tenía en puerta mi boda. ¿Y qué crees? Tengo un desajuste hormonal, le dije a Laura seguido de un suspiro de alivio. Yo me había diagnosticado, así como se lee, a mis 37 años, un desajuste hormonal, tal como les sucede a los adolescentes.
Al escuchar esto último, Laura pensativa, me pide más detalles: “cómo que un desajuste hormonal?, cuéntame más”. Yo respondí muy tranquila: “Bueno, pues es que el mes pasado mi periodo no llegó y este mes sólo tuve un ligero flujo”. ¿Y no has pensado que pudieras estar embarazada?, escuché a Laura decirlo, pero sus palabras empezaban a escucharse lejanas. De su cajón izquierdo, como si sacara un lápiz o una pluma para escribir lo que iba a ser mi destino, alcanzó una prueba rápida de embarazo, la puso en mi mano y me pidió pasar al baño. Yo tomé la caja rosa y, dirigiéndome al sanitario le respondí: “claro que no, no estoy embarazada”.
Me dispuse a hacer lo propio de acuerdo con las letras chiquitas del dispositivo y bastó menos de un minuto para ver las 2 líneas oscuras y bien formadas, pero confieso que tuve que leer 3 veces las instrucciones para entender, desde mi incredulidad, que el resultado era POSITIVO.
Laura me felicitó en cuanto le dije que había dos líneas, pero yo estaba en completa negación. No, no era el embarazo en sí lo que me tenía en shock, lo primero que vino a mi mente fue mi trabajo. ¿Qué iba a pasar con mi trabajo ahora que estaba embarazada? Acababa de ser promovida a nivel dirección en el segundo banco más grande del país, tenía miedo de perder esa oportunidad y decidí no comunicarlo a mi jefe. De hecho, solo mi círculo cercano lo supo.
Iba a cumplir 6 meses de embarazo y finalmente me decidí a anunciarlo. Esa mañana revisé mi agenda, la reunión de las 11:00 am, en la que mi jefe estaría presente, era el momento justo para darle la noticia. Leonel era un hombre muy ocupado y pragmático. Mi plan era abordarlo al terminar la sesión, pedirle 2 minutos de su tiempo, caminar a su oficina y listo.
Todo marchó de acuerdo con el plan; llegando a su oficina, de pie y detrás de una de las dos sillas frente a su escritorio, le dije: “Leonel, estoy embarazada”. Dejando de preparar su café, sin mostrarse sorprendido se dio vuelta y lo único que preguntó fue: “Y piensas regresar a trabajar después de tener al bebé?”. Atiné a decir: “no lo sé, no he pensado en eso”. Regresó a terminar de hacer su café y nos quedamos un silencio incomodo que rompí rápidamente despidiéndome. Ocho minutos exactamente me tomó la maniobra, salí rápidamente, quería dejar de sentirme contrariada por el momento, por la pregunta, por la ausencia de una felicitación o una muestra de felicidad compartida, me sentía culpable.
Por primera vez me cuestioné a mí misma: ¿por qué debo vivir mi maternidad con culpa? ¿Acaso estar embarazada resta valor a mis capacidades profesionales, me hace menos eficiente? ¿Me coloca en un nivel más bajo con respecto a mis pares masculinos?
La respuesta es no a todas las interrogantes. Pero yo lo estaba viviendo con culpa, con miedo, con incertidumbre profesional.
Me había negado la oportunidad de disfrutar abiertamente mi embarazo al mismo tiempo que me seguía desarrollando como ejecutiva. Ahí estaba yo, la feminista que, en los comités de dirección, en los foros ejecutivos, en todos lados contaba el porcentaje de participación de las mujeres las diferentes áreas de trabajo o en puestos directivos. La feminista, siempre en pro de los derechos de las mujeres trabajadoras. Ahí estaba yo, interiorizando y contribuyendo a materializar la teoría del techo de cristal.
Afortunadamente mi vida no volvió a ser la misma a partir de ese momento.