Dadá no significa nada

“Una obra de arte no tiene que ser bella en sí misma, ya que la belleza ha muerto.” –Tristan Tzara

Theo van Doesburg, “¿Qué es Dadá?”, folleto.

“Dadá es extremista, disonante, altanero en sus juicios, cargado de un humor implacable. Su discurso panfletario llama a dejar atrás el arte y saltar hacia la vida, a romper con escuelas, estilos, legados y con las propias vanguardias”. No hubo una sola manera de ser dadaísta. Sin embargo, las ideas que lograron unir a un gran número de intelectuales, principalmente poetas, estaban relacionadas con el rechazo y con la “huída” de la realidad asfixiante e hipócrita que los rodeaba, en un mundo en guerra y destruido por ella: “Todo funciona, salvo el propio hombre”, decía Hugo Ball.

Al igual que otros movimientos surgidos después del romanticismo, los dadaístas proponían un levantamiento contra el espíritu burgués, el conformismo y el adormecimiento espiritual. “Un principio de insubordinación minaba el mundo, reduciendo lo que entonces tenía importancia a una escala ridícula, desacralizando todo a su paso”, escribió André Breton en referencia a este movimiento que buscaba romper con todo, incluyéndolos a ellos mismos.

Hugo Ball durante un recital de poesía sonora en el Cabaret Voltaire y su poema “Karawane”.

Los dadaístas asumieron la vanguardia blasfema e iconoclasta que arremetió contra los fundamentos mismos del pensamiento; poniendo en duda el lenguaje, el principio de identidad, así como los canales y soportes del arte como habían sido concebidos por la tradición. Fomentaron el insulto al talento y voltearon la espalda al “genio” artístico con la secreta intención niveladora de una extinción de las jerarquías. En todos ellos se hacía evidente un odio a la guerra y a los sistemas políticos y religiosos que la fomentaban. Había en sus mentes una voluntad generalizada por acabar con los prejuicios, con la tradición cultural, con la crítica y con la propia obra de arte. “Así nació Dadá, de una necesidad de independencia, de desconfianza hacia la comunidad (…) No reconocemos ninguna teoría (…) Toda obra pictórica o plástica es inútil que por lo ú (sic) sea un monstruo capaz de dar miedo a los espíritus serviles y no algo dulzarrón para servir de ornamento a los refectorios de esos animales vestidos de paisano que ilustran tan bien esa fábula triste de la humanidad”

. Los dadaístas no creían en nada y no pretendían dejar nada: “No creían mucho en sus propias obras, las degradaban, pretendían nulificarlas, negarlas, disolverlas en la disolución del mundo”.

Así fueron los dadaístas: anarquistas, rebeldes, irónicos, violentos; pero, al mismo tiempo, también fueron joviales e incluso melancólicos. Se regocijaban en su desprecio y se reían de su miseria. Después de todo, “Dadá no significa nada”.

Hannah Höch, “Corte con cuchillo de cocina a través de la barriga cervecera de la República de Weimar”, 1919, collage.
Fuentes: Nicolás Casullo, “Estética y rupturas…” en Itinerarios de la Modernidad, Buenos Aires, EUDEBA, 1999, p. 119.

Hugo Ball, La huida del tiempo (un diario), España, Acantilado, 2005, p. 111.

Tristan Tzara, Manifiesto dadaísta.

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