Una danza delicada: El Champagne

Te voy a contar una de las historias más bonitas en el mundo del vino, y es, la del nacimiento del Champagne:

Había una vez, en una región mágica llamada Champagne en el noreste de Francia, donde los viñedos se extendían como un manto verde sobre las colinas, una tierra bendita con un clima fresco y de suelos calcáreo, donde se cosechaban tres uvas especiales: Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier, las cuales juntas, llegan a hacer uno de los vinos más elegantes, icónicos y deliciosos de Francia, el famoso Champagne.

Hace muchos siglos, los romanos plantaron los primeros viñedos en esta región. Sin embargo, el verdadero encanto del Champagne comenzó a revelarse en el siglo XVII, cuando un monje benedictino llamado Dom Pérignon descubrió un secreto burbujeante. Dom Pérignon, con su ingenio y dedicación, perfeccionó el arte de crear vino espumoso. Aunque no fue el inventor del Champagne, su nombre se convirtió en sinónimo de esta bebida mágica. Aunque Dom Pérignon es el nombre más famoso asociado con el Champagne, no fue el único ni el primero en trabajar con vinos espumosos. De hecho, la invención del Champagne como vino espumoso, se atribuye a varios factores y personas:

Christopher Merret:

Era un científico inglés, que documentó en 1662 el proceso de añadir azúcar y melaza al vino para crear burbujas, un método conocido como “método inglés”. Esto fue antes de que Dom Pérignon comenzara sus experimentos en Francia.

Viñadores de la región de Champagne:

Los viñadores ya estaban produciendo vinos espumosos antes de que Dom Pérignon perfeccionara el proceso. Estos vinos eran conocidos por su efervescencia natural debido a la fermentación incompleta en climas fríos, lo que causaba una segunda fermentación en la primavera.

El método tradicional de producción de Champagne es conocido como “méthode champenoise”, este fue desarrollado y perfeccionado por muchos productores en la región de Champagne, a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Dom Pérignon contribuyó, significativamente, a mejorar la calidad y consistencia de estos vinos.

El proceso de creación del Champagne es como una danza delicada. Primero, las uvas se cosechan a mano, seleccionando solo las mejores. Luego, se prensan suavemente para extraer el mosto, que se fermenta en tanques de acero inoxidable o barricas de roble. Después de la primera fermentación, los vinos base se mezclan para crear el “cuvée”, una mezcla armoniosa de diferentes viñedos y añadas.

Aquí es donde comienza la verdadera magia. Se añade una mezcla de azúcar y levaduras al cuvée y se embotella. Las botellas se almacenan en bodegas frías y oscuras, donde ocurre la segunda fermentación, creando las burbujas que hacen del Champagne algo tan especial. Las botellas envejecen pacientemente sobre lías, o levaduras, desarrollando sabores complejos y profundos.

Cuando llega el momento adecuado, las botellas se giran y se inclinan sobre pupitres, para que las lías se acumulen en el cuello. Este proceso, llamado “removido”, es seguido por el “degüelle”, donde el cuello de la botella se congela y las lías se eliminan. Finalmente, se añade una mezcla de vino y azúcar para ajustar el dulzor antes de sellar la botella con un corcho.

El Champagne no solo es una bebida, sino una experiencia. Sus burbujas finas y persistentes elevan cualquier ocasión, desde celebraciones hasta momentos íntimos. Marida perfectamente con ostras frescas, caviar, mariscos y quesos suaves, creando una sinfonía de sabores en el paladar.

Por algo nuestra historia termina con una de las frases más célebres sobre el Champagne y dicha por el mismo Dom Perignon… “Venid pronto, estoy bebiendo las estrellas”

Aprovechemos a decir un Saluuuú por todo lo bonito que nos rodea, por la alegría de estar vivos, por un día común y corriente.

¡Por un día como hoy!

Hasta la próxima…

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