Surrender

Rendirse ante la vida, ante el misterio, ante lo más grande

Rendirse sin resignarse, como un acto voluntario, como una declaración ante la Deidad de lo que no puedo cambiar.

Pronunciar las palabras: “no puedo”, con aceptación genuina, sin resistencia, sin sentirme omnipotente ni impotente. Qué paradoja.

Qué difícil soltar el control.

Pienso en toda la preocupación, todo el dolor por lo que podría suceder que no sucedió.

También el sufrimiento por lo que sí sucedió, y que fue superado, olvidado incluso, o arrastrado por años para purgar una culpa por algo que no se puede cambiar; que se decidió como el menor de los males, pero que se ha pagado en efectivo durante todos los años posteriores. Día a día un recuerdo, una recriminación por la decisión, y en voz baja, una justificación por lo elegido.

Qué difícil aceptar que se eligió, acaso, o se optó, por algo que después sería juzgado duramente con otros ojos.

Rendirse ante la vida, ante su belleza, su misterio.

La vida nos presenta tantas experiencias, entre las que se encuentran el dolor, la equivocación, las malas decisiones, que, si se analiza detenidamente, llevaron a muchos bienes, pero que es aislado en el recuerdo como algo separado, sin movimiento, y no como parte de un continuo; en donde el Dios al que le recemos no lo mandó como castigo, sino que fue escogido en la libertad para elegir, aunque lo hemos vivido como una disputa, una pelea.

Se crea como lo que somos, sólo humanos, no más allá, como lo exigen nuestras expectativas.

Sólo humanos, sólo eso.

Seres limitados, viviendo en la majestuosidad de este planeta; con su belleza y sus leyes que son violadas todos los días. Y quizá es en lo que consiste nuestro ser humanos; aunque en el camino arrastremos al contenedor que es este gran-pequeño punto azul que se transforma junto con nosotros.

Pero hablar de esas dimensiones no refleja la pequeñez y a la vez la grandeza de nuestro dolor, el nuestro, el más grande, el único.

Ante eso, rendirse. Como acto de amor, de humildad, de sabiduría, de cuidado de mí mismo.

Con los brazos abiertos y boca abajo sobre el piso, lo más abajo que se puede. Rendido. Sumiso. Dócil. Apacible.

La imagen es contundente, un cristo boca abajo. No el Cristo al que le recemos, sino la imagen de aceptar algo más grande.

No es un acto de humillación o de derrota, por el contrario, es de apertura, de voluntariamente reconocer: “hay mucho con lo que no puedo. No es mi labor”.

Es tarea del misterio de la vida. Que no es el dios castigador, es más bien el reino del Dios de la grandeza, de la vida como espacio, la naturaleza de la existencia.

Abrirme a cada nueva experiencia, dar los pasos que corresponden para andar mi jornada, la que creo que he elegido, pero a la vez, soltar la exigencia.

Pienso en mis proyectos, en esos caminos que digo haber seleccionado, y veo que pudiera andarlos con más alegría, menos peso.

Creo que gran parte es aprendido, es la huella de mi genealogía: sentir amenaza, peso, dolor. Quisiera aligerarme, soltar piedras y amarres de dolores reales e imaginarios. Ya fue, ya fueron. No puedo cambiarlos. Punto. Punto y aparte.

Una nueva hoja, como las de los cuadernos de la adolescencia, con flores y dibujos de colores, a veces infantiles, pero brillantes, armónicos.

Un cuaderno nuevo cada día, hojas en las cuales escribir nuevas maneras de estar.

Escribo en mayúsculas y en grande, en esas bellas hojas:
NO PUEDO

Así, contundente.

NO PUEDO

Y está bien.

NO PUEDO

Una vez más, para irlo sintiendo en el cuerpo.

NO PUEDO
Que se quede en mi memoria, en mi corazón.

Suelto…

Inhalo, exhalo…

No puedo…

En voz baja, sutil

No puedo.

Ahhhhh

Respiro, lo respiro

Abro mis brazos, igual que cuando estoy posada en la tierra, ahora para impulsarme a volar, libre del peso, de las cuerdas que me han atrapado, de mis expectativas de perfección: mi no-ser sólo humano.

Vuelo con alegría, tan alto como puedo, no más. Como un pájaro, quizá de jardín, que se posa en un árbol esperando encontrar comida. O como un colibrí, agitando velozmente las alas para chupar la miel de flores cercanas o lejanas.

Y aunque quisiera ser águila, si no lo soy, está bien.

A veces lo seré, a veces seré un ave que canta bellas melodías en la lejanía. O de bellos plumajes, o…

Muchas opciones, pero libre para volar.

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