Hace unos días tuve el privilegio de ser invitado a la grabación de un podcast con Estela Valencia, alumna de nuestro Diplomado en Constelaciones Familiares, en la segunda generación, algo que sucedió hace aproximadamente 20 años.
Estela decidió multiplicar el regalo que inicialmente le llegó a través nuestro. Ha seguido trabajando con este enfoque, tocando muchos corazones y propiciando el bienestar de las personas que acuden a sus talleres, así como de las familias de éstas.
Una elección que también nosotros hicimos cuando creamos lo que hoy es el Centro Sistémico, y que refrendamos cada vez que tenemos la oportunidad, como esta que nos ofreció Estela.
Durante la conversación que tuvimos en este podcast (que ojalá te des el tiempo de ver y escuchar), Estela me preguntó por algún ejercicio de Constelaciones que me hubiera impactado. Su cuestionamiento me invitó a recordar uno que hace años dirigió el mismo Hellinger y que me tocó presenciar.
Este ejercicio, que tenía como tema los efectos de la guerrilla colombiana, me conectó con el profundo dolor de la madre tierra (Colombia), que en ese momento se manifestó a través de la persona que la representaba. Ese dolor fue, y sigue siendo, conmovedor para mí.
Rememorar esta experiencia me confirma la importancia de la reconciliación en nuestras vidas: esa que nos libera y libera al otro, esa que nos proporciona la paz que todo ser anhela, esa que nos permite reconectar con nosotros mismos y con nuestro prójimo.
La experiencia me recuerda que el reto de la reconciliación no es solo de los perpetradores ni solo de las víctimas, sino de ambos.
No es suficiente con que la víctima reclame a su perpetrador por un perdón (que es necesario), o que esté dispuesta a perdonarle. Ni es suficiente con que el perpetrador solicite el perdón a su víctima.
Se requiere, además, que el perpetrador muestre una genuina empatía con el dolor que ocasionó, y lo acompañe de algún gesto de reparación.
Y se requiere que la víctima esté dispuesta a recibir ese gesto y —quizá el reto más grande— que, independientemente de si el perpetrador es empático con su dolor o no, pueda trascender el evento y mirar hacia adelante, asumiendo lo que ahora puede hacer para mantener su dignidad física y emocional a salvo; que elija continuar con su vida afrontando lo nuevo, dejando atrás lo que ya pasó.
Pues de esa manera es que logra liberarse de su energía de víctima y asumir una energía de responsabilidad, de poder, de transformación, de grandeza.
Veo con decepción cómo la máxima figura política de nuestro país elige mantenerse —y mantener a quienes están con ella— en esta postura de víctima, exigiendo una disculpa al gobierno español (que, por cierto, no es el responsable de los actos cometidos hace tantos años), propiciando que como sociedad, como cultura, nos quedemos atrapados en algo que sucedió hace mucho.
En lugar de elegir por aquello que está en nuestras manos hacer para continuar avanzando como individuos y como sociedad. En lugar de elegir por esa reconciliación que nos libera y libera al otro. Esa reconciliación que, al mismo tiempo, propicia la reconexión entre personas y entre pueblos hermanos.
Te invito a que revises tu postura personal ante este tipo de hechos, esos en los que aparece una víctima y un perpetrador, sobre todo si tú estás en alguno de estos dos roles.
Te invito a que hagas lo que esté a tu alcance, lo que puedas, para propiciar esta reconciliación que, estoy seguro, provocará —tarde o temprano— efectos favorables para las generaciones que vienen después de ti; que te dará esa paz que, seguramente, anhela tu alma.