Este ritual es una invitación a habitar el presente con intención, a abrir cuerpo y alma para que el día nos encuentre despiertos, disponibles, vivos.
Cada mañana, apenas despierta, agradece. Dedica unos minutos a meditar, se estira, se abraza… y así comienza su día.
Hay algo en particular que le encanta hacer: abrir las ventanas. Siempre que lo hace, piensa con una sonrisa: “Voy a abrir la ventana para que entre el día”.
Y hoy, esa frase habitual se volvió reflexión:
¿De qué manera dejamos que el día entre en nuestras vidas?
A ella le encanta la luz. Disfruta del sol, goza del sonido de la lluvia… pero, sobre todo, se deleita cuando su casa se llena de claridad.
Abrir la ventana es su primer encuentro con el día: saber si hace frío, calor, si el cielo está nublado o despejado. Adora escuchar a los pajaritos que la saludan, ver cómo las plantas reciben el resplandor y, sobre todo, sentir que el primer aire fresco entra temprano. Es, para ella, una forma de conexión.
Cuando sale a la calle, vuelve a conectar: sentir el aire en la cara, identificar si es húmedo, frío o cálido, mirar el cielo y agradecer de nuevo. Aprecia las flores, las hojas, los árboles. En los días de lluvia, incluso puede sentir cómo los árboles se hidratan, cubriéndose con una capa de musgo. Le gusta observar las raíces.
Cada mañana tiene sus hábitos, sus rutas y rutinas, pero nunca es igual a la anterior.
Su itinerario entre semana empieza con una caminata junto a su hijo hacia la escuela, a unas cuadras de su casa. Atraviesan un parque, conversan, saludan a las personas de siempre: el señor de los tacos, la chica del pan, y la señora—su amiga, como ella le dice—de las ardillas. Ven gente correr, caminar, y otros que simplemente están, contemplando.
El regreso es por la misma ruta, pero ya la espera otro paseo: su compañero peludo, listo para salir. Le pone la correa y se encaminan.
Este paseo es diferente. Más lento.
El protagonista es él.
Si quiere detenerse, se detienen.
Si quiere saludar a algún perrito amigo, saludan.
Su mirada cambia. La ruta también. Intenta devolver cada saludo con una sonrisa. Conversa con él, a veces buscan ramas, y sus pasos son pausados. Mientras camina, piensa, agradece poder ver, escuchar, sentir, incluso añorar.
Así deja que el día entre a su vida.
Cuando regresa a casa, pone agua para el mate, ordena un poco, y vuelve a mirar la claridad que inunda el lugar. Recuerda que, al abrir la ventana, el día ya entró.
Ahora depende de ella: crearlo, transitarlo, elegirlo.
Y hoy, esa frase sencilla le regaló una reflexión:
¿Cuál es su manera de dejar que el día entre?
Y se anima a preguntar:
¿Vos, cómo dejás que el día entre a tu vida?
¿Cómo lo creás?
¿Cómo lo construís?
¿Cómo lo elegís?
4 comentarios
Me encantó
Que hermoso!!!
Personalmente mi día entra en mi vida con energía, la mañana es MI MOMENTO con mayúscula SI. Me dedico la mañana a mi, al gimnasio que me llena de energía, a la organización del hogar para que la tarde venga con diversión y tiempo libre para los hijos, y con producción ya que es el momento de trabajar…
Un buen desayuno después del gym.. unos mates y cuando el sol ya se asomo dejarlo entrar por toda la casa, luz aire .
Muy linda manera de entrar a la vida cada día!!
Hermoso Clau!
Mi día empieza abrazando a los salchis, unas lamidas de Luca y unos quejidos de trufa, un beso a chango y me levanto a poner agua para el mate. Mi afirmación de la mañana. Me vuelvo a la cama a tomarme unos amargos y a pensar en lo que haré en el día, soñando despierta. Cuando suena el despertador arranca el día y mi primer contacto con el exterior es la caminata matutina que me recibe con el amanecer, los salchis caminan, huelen mientras yo les canto canciones inventadas (como niña de 4años)
Cuando vuelvo a casa se que todo lo que suceda va a ser para mí mayor bien, porque me siento feliz