Después de jubilarme, tengo la necesidad de proyectar. Siento que corrí tanto los últimos años que no me detuve a pensar cómo seguiría mi vida después de llegar a esa meta.
Mis hijos están cada uno con sus parejas, amigos, trabajo.
Mi marido está en sus cosas. Aunque se jubiló hace dos años, está siempre ocupado arreglando algún artefacto en el taller o cambiando algo del auto, yendo con sus amigos a jugar al truco o a lo del vecino por una partida de ajedrez.
A veces me pongo a pensarlos, como si hiciera un recuento: Rami, en la oficina, Mari en el club, Juan en el taller…y después me llega el turno a mi. Yo acá sin hacer nada, pienso.
Es que necesito algo que me convoque, que me haga sentir ganas, entusiasmo. No quiero anotarme a un curso porque “debería” hacer algo con el tiempo.
Pero hace rato que no me siento con motivación. Pienso en las opciones que tengo. Y aparentemente tengo muchas. Pero claro, sin ganas busco excusas. O peor, me atrapa la culpa por tener tiempo libre y no usarlo. Con lo que esperaba este momento!
Anoche pasé varias horas en la cama despierta sin poder relajarme. Escuché además que mi perro se lamía una pata que le molestaba, estaba inquieto también. Le llevé una manta para que no esté sobre la baldosa fría. Le saqué un abrojo. Su incomodidad e inquietud me hicieron sentir identificada.
Se acostó en la alfombra y me miró. Empecé a rascarle el lomo y se quedó dormido enseguida.
Volví a mis pensamientos: si retomo los estudios, si voy más veces por semana a yoga, si me voy de viaje con una amiga…
Tenía sesión como todos los martes. Empecé con la noche de insomnio y mis pensamientos recurrentes. Cuando llegué al momento en el que hice dormir a mi perro le dije: no será que en lugar de tener un plan a largo plazo, tendría que dejarme sorprender por lo que puede surgir más espontáneamente?
Y tener pequeños momentos como el que tuve con mi perro, que necesitó mi ayuda y me hizo sentir bien estar ahí?
“Estar ahí no es poco” subrayó mi psicóloga.
Ella sabe que me preocupa el tema de las cantidades, de si algo es mucho para mi o poco, si espero mucho de la vida o de mis hijos, de mi, etc.
No es poco? Le pregunto.
Parece saber adonde voy y me pregunta: “Quién dice si es mucho o poco? Quién dice lo que te hace bien? La que aspira a mostrar que a esta edad se puede seguir estudiando? La que quiere una foto arriba de un camello en un viaje que está lejos de su alcance…y de sus ganas, sobre todo?”
Voy y vuelvo con estas ideas que parecen poner en suspenso a mi índice que apunta y transforma todo en “ poca cosa”.
En mi vida cotidiana todo parece insignificante. Salvo los grandes planes. A esos mi acusación no llega.
Quedan ahí, intactos, como estatuas de mármol: perfectos, fríos, fuera de alcance. No me convocan desde las ganas, sino desde el brillo de lo que impresiona. Me deslumbran, sí, pero sé que no tengo un movimiento que me lleve a lograrlos más que ir a google a ver cuanto tiempo llevan, cuanto cuestan. Están ahí para recordarme lo que no hago, como si su sola presencia fuera una burla.
Y entonces llegó otra pregunta. Esta parecía simple, inofensiva, hasta tonta.
Qué querés, Marta?
Quise responder algo alineado a mis estatuas veneradas. Pero no era una realidad que sintiera propia. Entonces me vino una sensación de desvalimiento. Sin esa cobertura, que podía querer?
Y diría que no fui yo la que respondió. Fue como si mi cuerpo hubiera sabido desde siempre una respuesta, a la espera del momento para manifestarse. Empecé a nombrar imágenes, sensaciones: “quiero estar descalza en mi casa, el sabor de mi té con jengibre, mi tiempo de almohada sin alarmas, el sol de media mañana en el sillón del living, olor a libros nuevos. Salir a poner la cara al sol, saltarme el almuerzo y hacer una merienda temprano. Cortar malezas de mis plantas, el olor de la levadura al cocinar pan, charlar con mi marido de rascarle la panza a mi perro.” Todo lo que iba nombrando parecía calmarme mientras me iba rodeando las piernas como cobijándome a mi misma. Me sentí satisfecha, casi emocionada.
“Qué lindo… parecen lugares que te estaban esperando con los brazos abiertos, lugares que sólo vos podés habitar” – fueron las palabras antes de terminar la sesión.
Cuando llegué a casa me esperaba mi perro feliz de verme. Mi marido tomaba mate. Me hizo señas para que me siente en la silla de al lado. Yo había comprado facturas. Hacía mucho que no pasaba por la panadería.
Qué querés Marta?
En principio dos de hojaldre. Con mucho dulce de leche.
Un comentario
Perfecto. Maravilloso. Con las palabras justas, decís todo lo que sentimos muchas. Hasta el insomnio!!
Faltó algo: la culpa de muchas de nosotras pensando…tenés todo, qué más querés??
Y vos, como siempre, ayudaste a descubrirlo!!