Piedra libre

Necesito conocer a alguien que me mire en general.
Cuando digo «en general», me refiero a que no me mire los detalles. Más específicamente, los malos, los que no me gustan.

A ver si puedo explicarlo mejor.
Yo, cuando me miro al espejo, no me miro entera, sino que observo, por ejemplo, mi pelo. Hago zoom y me fijo en el frizz del cabello. Voy observando partes que hay que arreglar.
Cuando me miro la cara, hago lo mismo, incluso si tengo un buen día. Hago zoom: grano. Entonces paso del frizz al grano, y de ahí al resto del cuerpo, a las arruguitas que empiezan a marcarse.

Vuelvo a la palabra «general» y me da escalofríos, porque, vista ahora y recortada, parece que yo (o una parte de mí) soy un «alto mando» del ejército, señalando con un puntero y gesto fruncido cada parte que no es de su agrado. ¿Dónde estoy yo en todo esto?
¿Por qué necesito que otro me mire? ¿Para convencerme de que no es para tanto, de que en realidad solo yo me fijo en esos detalles?
¿Y por qué ese «otro» que tengo dentro de mí me critica?

¿Qué busco? ¿Me busco realmente a mí misma? ¿Por qué supongo que solo estoy ahí, escondida entre el pelo esponjado o entre las arrugas? Pequeña, atemorizada. ¿Y el castigo sería, entonces, que nadie se me acerque? ¿Por qué?
Porque me da miedo.
Me da miedo encontrarle al otro los defectos y, entonces, no poder nunca, nunca relacionarme bien con nadie.
Que el otro también sea tan pequeño como yo y, entonces, no me atraiga.

¿Cómo salgo de este círculo? ¿Quizás dejando de jugar a las escondidas?
Qué raro ese juego, uno pierde cuando lo encuentran… Yo siento que me darán ganas de abrazar al que cante «piedra libre».

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