«No me acostumbro a perder, pero juego por placer y es el juego el que me da la vida».
Manos vacías.
Recuerdo hace más de ocho años, la que me prometí sería la última vez que lo vería. Un artista engreído, petulante, torpe y poco complaciente con su público.
A pesar de admirarlo por años y haberlo visto en innumerables ocasiones, esta sería la última.
Me había despedido de él, pensé que no volveríamos a vernos; lo que mostraba no me atraía.
Después de algunas presentaciones en televisión, quizá algún post en Facebook que me encontraba, empecé a notar lo que después fue evidente: algún padecimiento. Poco a poco un deterioro en su voz, lo que me hacía pensar que los días de gloria estaban llegando a su fin. Aun así, seguía al artista con el que tenía un vínculo especial; tendría que contar una larga historia para explicar lo que es más allá de la admiración que se siente por un artista. Él era casi alguien de mi familia. Por eso era grande el dolor de la separación que había elegido.
De repente veo el anuncio de nuevas presentaciones. Habían pasado ocho años y aparece en mis redes una entrevista. Lo escucho y me sorprende. Una persona distinta, hablando de un camino recorrido. Oigo el dolor. También el trayecto. Me pregunto qué habrá pasado en él para que después de tanta arrogancia, ahora hablara de una manera distinta, casi agradecido por poder hacerlo.
Este hombre que utilizó su voz como el vehículo, entre muchos otros, para contactar con la gente con su público, ahora se veía claramente transformado.
Fotos de publicidad y de una presentación, unos cuantos fragmentos de canciones, esa misma entrevista, provocaron mi curiosidad. Hubo algo en mi corazón que dijo: quiero verlo nuevamente. Hay que aceptar a quien hemos querido con las huellas del tiempo, recordar que somos quien hemos sido y seguiremos siendo a pesar del tiempo pasado. Los grandes amores cuesta olvidarlos por completo.
Como regalo recibo el acceso para verlo. Estaba incluso dispuesta a consentir el uso de playback ante lo que suponía pasaría por la pérdida de su voz.
Al llegar al concierto veo la multitud como siempre se manifestó hacia él, la gente volcada y con un nivel de energía a tope. Los colores, su presencia, la espectacular iluminación. No su voz. Ya no era esa voz potente, pero sí, acompañada de un equipo que hace escucharlo y no extrañar absolutamente nada; por el contrario, sorprenderse. No sé si decir que lo que vi fue un ave fénix; me conmueve hasta las lágrimas presenciar su arte, pero ahora con las huellas de la vida, las del dolor y sobre todo mostrando ahora a un artista engrandecido. Antes era un cantante muy admirado, y ahora pude ver a una persona que maduró y que me cuenta una nueva historia de sí mismo. Qué privilegio poder disfrutar ese arte que siempre me conmovió, y ahora sentir a la persona, agradecido, dispuesto a complacer.
Parece que tuvo que pasar por ese gran dolor para recordar quién era realmente. Para contarse una nueva manera de estar ante la vida con todo lo que esta le ha traído.
Quizá hay momentos en los que hay que cruzar el infierno, para saber quién es uno y encontrarse.
Tenemos demasiado miedo al dolor, y puede ser que es el camino para encontrar lo que es preciado.
Me emociona profundamente encontrar al hombre que se había perdido en el artista.