Si hay algo en la vida que merece una medalla de oro en persistencia, constancia, repetición y efectividad, es la disciplina que nos lleva a ese mismo lugar de siempre, un lugar que a menudo nos desgasta, inercial y catapultante de nuestros resultados.
Porque si tu objetivo es llegar a lo mismo de siempre, quizás este artículo no sea para ti. Pero, ¡espera! ¿realmente quieres seguir en ese mismo camino?
Con fuerza y dedicación, esta disciplina mencionada anteriormente se ha vuelto una de las más efectivas y aplicadas en sociedades de todo el mundo. Pero merece una mención especial el objetivo de “llegar a lo mismo de siempre”, como si esa meta fuera algo trivial o sin mérito.
¡Sí! Ya te diste cuenta, esto es mirar con otros ojos los juicios populares sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos.
“¡No logro bajar de peso!” “¡Sigo sin rendir esa materia en la universidad!” “¡Gasto más de lo que gano!” (¡Yo también! LOL). “¡Por más que busco maneras de trabajar menos, no lo logro!” “¡Estoy cansada todos los días!” Y así podría seguir… Estos son ejemplos gráficos de esas situaciones que, en el fondo, sabemos que siempre nos llevan al mismo resultado, ese «de siempre», y queremos cambiarlo. La frustración aparece cuando sentimos que no podemos cambiar esa realidad, como si estuviéramos atrapados en una película de terror donde el villano somos nosotros mismos, y que hay algo “indebido” en nuestro comportamiento que nos impide alcanzar eso grande que nos espera. Ahí es donde aparece la culpa.
Es todo un combo emocional tremendo, terrorífico, perfecto para no salir nunca de ahí. ¡Una verdadera montaña rusa de emociones!
Pero, ¿qué tal si nos amigamos con esta disciplina que nos sale tan bien? Celebremos esos logros (sí, esos) conseguidos gracias a ella. Porque lo bueno y lo malo que sostenemos en el tiempo nos sirve de alguna forma. Quizás hemos estado tapando algo, alimentando algo, como mencionaba en el artículo anterior sobre los “hábitos azucarados” de esas bacterias interiores psicológicas. Hasta hoy, esos hábitos nos sirvieron, digamos gracias y adiós.
Al agradecerles, logramos mirarlas. O como decimos en coaching, “distinguirlas”. Cuando lo hice, sentí como si los personajes de «Intensamente» me estuviesen mirando con esos ojitos tiernos de «hicimos lo que pudimos, lo mejor que supimos para ayudarte hasta aquí». Me salió un “gracias” enorme. No las puedo culpar; las emociones hacen lo que pueden con lo que tienen, siempre intentando ayudarnos, aunque a veces parece que nos llevan en círculos.
Entonces, ¿qué tal si empezamos a hacer las paces con estos rituales? Preguntémonos: ¿qué lugar ocupan en nuestra vida? ¿Realmente queremos que sigan ahí? ¿Qué haríamos diferente si decidiéramos ir más allá de lo “de siempre”? Quizás, solo quizás, la próxima vez que repitas un hábito, te detengas a pensar: “¿Esto me lleva a donde quiero ir o me mantiene en la rueda de hámster de lo habitual?”.
¡La vida es corta, y los cambios pueden ser divertidos! Así que, ¿te atreves a explorar lo desconocido?