A esa historia le faltaba algo.
El último párrafo se había quedado sin la claridad que permite suponer si está concluido, si el final es dramático, si hubo un rompimiento o una pausa.
Le faltaba un punto, y ni siquiera se sabe si final, punto y seguido, puntos suspensivos, punto y aparte…
Estaba ahí, a la espera de ser aclarado, si es que acaso eso era posible.
Esas autobiografías en suspenso consumen energía, aún viva, porque no pueden darse por acabadas.
El tiempo había pasado y un mal sabor de boca persistía. Quedaba un olorcillo a rancio, a algo descompuesto. No es que fuera muy intenso, sólo un leve rastro. Como un vestido que conserva el recuerdo de cigarro y suciedad de celebraciones lejanas y no ha sido lavado.
No era un final digno para esa novela. En distintas épocas había tenido grandes momentos que sólo se podrían describir con signos de exclamación. Era de las que contenían múltiples recuerdos de alegría, disfrute inimaginable, aventura, y hasta podría decirse que algo de amor.
Cariño sin duda, el amor quizá no estaba disponible, no por lo menos en la forma en la que se ansiaba.
El baile era el medio para simularlo, para sentirlo, presentándose como deseo.
Ahora me pregunto si acaso hubiera sido fructífero, si había posibilidad, con tantas expectativas y condiciones. Con los misterios constantes.
Aunque hubiera sido lindo que ocurriera.
En otros lados floreció, a su manera, con obvias limitaciones.
Pero lo que no permitía hacer la recapitulación era ese párrafo inconcluso.
–Hola, ¿cómo estás?, después de meses, más bien, años de silencio.
–Muy bien gracias, ¿y tú?
Escasas palabras que no reflejaban todo el pasado que cargaban bastaron para decir punto y final.