Composición

Estaba empezando el año en mis clases de pintura cuando la profesora llegó entusiasmada con una invitación. Antes de que terminara la hora, nos la leyó con solemnidad: era para exponer en una muestra cuyo tema era “Argentina”. Se iba a inaugurar el 25 de mayo, por lo que teníamos dos meses para pintar algo que representara o transmitiera nuestros sentimientos hacia el país.

A mí me parecía un concepto tan amplio que me costaba sintetizar. Me resistía al cliché de lo que se suponía que íbamos a dibujar: mates, gauchos, una pareja bailando tango…

Empecé a pensar en mi barrio de la infancia, en los zapatos con tierra, en la vecina que vendía tortillas en la estación, en los picados en los baldíos, en los contrastes, en las diferencias entre clases, provincias, cuadros de fútbol, barrios, villas y countries, en mis viajes al sur, al norte, en mis ganas de irme y también de quedarme…

Pensé en cuánto me duele, en las frases que se nos hacen carne, en las que queremos comprar para sentirnos especiales, en las que odiamos. En los amigos, siempre una ronda de mate más y una oreja para escuchar. Amigos que hacen de psicólogos. Psicólogos que son amigos.

Sin pensar en un porqué ni en una composición, empecé a dibujar pies. Y los pies quisieron estar descalzos. Luego, se fueron quedando cansados en cada línea que los atravesaba.

Cada clase, mi profesora me preguntaba qué pensaba hacer, si necesitaba ayuda. Yo le decía que aún estaba bosquejando.

Pero seguía dibujando con decisión, dejándome llevar por esos pies, tratando de seguirlos, de percibir lo que me pedían.

Luego vino un suelo de adoquines, surcos para los tobillos y para los talones gastados. Poco a poco, esos pies fueron convirtiéndose en pies de mujer. Tenían firmeza, pero también rasgos de desilusión. Restos de esmalte rojo en las uñas.

Por los costados, se cubrieron de tierra y de alguna que otra cicatriz a medio curar.

—Tenés que ponerle un nombre —me dijo la profesora cuando ya había empezado a aplicar pintura y a darle más realismo al cuadro. Ella trataba de entender qué cierre patriótico le iba a dar a mi obra. Claro, no había colores celeste cielo, ni cerros de colores, ni siquiera un mate.

Yo, mientras tanto, caminaba en las entrañas de esos pies. Apenas escuchaba lo que venía de afuera. Me pedían más sentimiento. Seguí trabajando hasta que sentí que decían lo que querían decir, que transmitían algo que también estaba dentro de mí.

Ahora necesitaba ponerlo en palabras, hacer una síntesis para el título. La noche anterior a la muestra, me quedé frente a la pintura un largo rato pensándolo, como si les estuviera rezando y, a la vez, como si estuviera rezando por ellos, por todos los que andan en esos pies.

El día de la muestra llegué temprano, colgué el cuadro en el lugar que me habían asignado y me fui a recorrer la galería. Cuando estaba de regreso, vi que la profesora iba rápidamente a buscar el título, que teníamos que llevar impreso en letra Times New Roman, tamaño 20.

«Argentina», dos puntos: «a la intemperie, violada, dejada… pero de pie».

2 comentarios

  1. Qué maravilla!! Cómo nos va llevando a un título que no puede ser más perfecto.
    Una descripción perfecta de la Argentina y ese título que la define triste y dolorosamente real!!
    Repito, qué maravilla!!

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