Fue por cosas del destino que miré tu cara y tú viste la mía,
aquel viernes negro lleno de neblina.
Una noche fría golpeaba en mi pecho,
la melancolía recorría mis huesos.
Llegué hasta ti caminando despacio por la calle angosta de nuestro barrio.
Subí al tercer piso de aquel edificio, toqué hasta tu puerta,
buscando salida de un mundo vacío y lleno de Judas.
Por un largo tiempo, heridas y angustias marcaron mi ser,
hasta que probé el bálsamo suave de tus dulces labios,
que pudo borrarlas de una sola vez.
Toda la tristeza que había en mi alma fue perdiendo fuerza
cuando te acercaste y te convertiste en mi primera canción,
mi mejor poesía… mi mejor versión.
Te juro, esa noche volví a renacer,
el cielo brilló lleno de emociones y mil sensaciones,
dándotelo todo sin preocupaciones.
Envuelto en tus sábanas, el tiempo se acaba,
cual Rey David venciendo a Goliat,
me pierdo en tus labios, me rindo a tu cuerpo y me dejo ganar.
No te despidas, mi noche bonita,
sentimientos nobles de ti me iluminan;
no esperemos vernos en otra vida.
Quiero presentarte a mis pocos amigos, llevarte a cenar a un lugar bonito.
¿Qué te parece si vamos despacio?
Aunque estemos lejos, hagamos espacio entre tus pensamientos y mis oraciones;
logremos juntar nuestros corazones.